(Por Ana Flores Sorroche) En una época en la que el sindicalismo sufre grandes críticas, algunas que merecen consideración y otras que sólo buscan la desorganización de las y los trabajadores, el Papa Francisco no sólo le dedicó palabras al movimiento obrero organizado sino que recibió a sus dirigentes, los orientó en su rol de líder religioso y político y valoró su labor: «Los sindicatos nacieron y renacen cada vez que, como los profetas bíblicos, dan voz a los que no la tienen, denuncian a los que ‘venden al pobre por un par de sandalias’», expresó en 2017. Varias veces acusado de comunista por sus posturas, Francisco respondió en 2023 desde su religiosidad: «No es así. El Papa agarra el Evangelio y dice lo que dice el Evangelio».
Durante la madrugada de este lunes, en Roma, falleció el Papa. Aquel que el 13 de marzo de 2013 dejó de ser Jorge Bergoglio para transformarse en Francisco, el primer Sumo Pontífice latinoamericano, el primero de su nombre. A pesar de ser jesuita, prefirió rendir homenaje a San Francisco de Asís, un santo que dedicó su vida a la pobreza y la ayuda a los desfavorecidos. Su paso por el Vaticano marcó una profunda diferencia con sus antecesores inmediatos por su austeridad, por su cercanía con sus feligreses, por tender puentes con propios y extraños, por su valentía a la hora de opinar y a la hora de actuar, también por su simpatía y sus gestos humildes: «Quisiera que me recuerden como un buen tipo, que trató de hacer el bien. No tengo otra pretensión», declaró en 2015.
Sin embargo, sólo «hacer el bien» puede ser una gran ambición en un mundo marcado por crisis económicas, acumulación de recursos y poder en pocas manos y violencia. Francisco cargó con el peso de quien busca cambiar el rumbo de una institución milenaria que llevaba mucho tiempo alejada de aquellos a quienes pretendía representar. Aún así logró abrir greitas aquí y allá en la Iglesia católica a quienes suelen habitar las periferias, a los silenciados, a los oprimidos y, más allá del título provocador de esta nota, el Papa puso especial ojo en el mundo del trabajo.
No se trató de una mirada individualista, elaborada desde la romantización de un supuesto trabajador incansable que se ganará el cielo. Al contrario, este Papa, desde su visión católica, se refería al trabajo como acción, como ejercicio de dignificación humana: «El trabajo no es sólo un medio para ganarse el pan, sino también una forma de dignificación. Trabajar nos hace semejantes a Dios, que también trabajó y trabaja, actúa siempre.» (Encuentro con movimientos populares, Bolivia, 9 de julio de 2015)
Más aún, Francisco no ocultó ni minimizó las relaciones y diferencias de poder entre trabajadores y empleadores. En ese sentido, reconoció la importancia de las organizaciones sindicales, del movimiento obrero organizado: «Los sindicatos nacieron y renacen cada vez que, como los profetas bíblicos, dan voz a los que no la tienen, denuncian a los que ‘venden al pobre por un par de sandalias’ (referencia bíblica al Libro de Amós 2,6), desenmascaran a los poderosos que pisotean los derechos de los trabajadores más vulnerables, defienden la causa del extranjero, de los últimos, de los descartados.» (Audiencia con miembros de la Confederación Italiana de Sindicatos de Trabajadores (CISL), 28 de junio de 2017)
El Papa Francisco expresó ante los dirigentes italianos que defendía un sindicalismo comprometido, que sea instrumento de justicia y solidaridad: «En nuestras sociedades capitalistas avanzadas, afirmó, el sindicato corre el peligro de perder esta naturaleza profética y de volverse demasiado parecido a las instituciones y a los poderes que, en cambio, debería criticar. El sindicato, con el pasar del tiempo, ha acabado por parecerse demasiado a la política o, mejor dicho, a los partidos políticos, a su lenguaje, a su estilo», dijo.
Les recordó que deben velar por los derechos de los trabajadores, siendo «centinelas», que protegen a los que están dentro de «las murallas de la ciudad del trabajo«
Es decir, no por valorar a las organizaciones dejaba de marcarles lo que, a su parecer, era su verdadera misión, proteger a los más desfavorecidos: «El sindicato no cumple su función esencial si sólo cuida los intereses de los jubilados: esta es una mitad de su tarea. Su verdadera vocación es también proteger a los que todavía no tienen derechos, a los descartados del mundo del trabajo.», dijo en la misma oportunidad.


Ya en 2020, con la pandemia de Coronavirus encima del mundo, el Papa reclamó por la precarización laboral que azota a la humanidad sin fronteras: «Un trabajo que no respeta a la persona, que no garantiza descanso, que enferma o que crea inestabilidad no es trabajo digno.» (Mensaje para la Jornada Mundial del Trabajo Decente, 7 de octubre de 2020).
Para 2023, su postura era, por si no había quedado claro antes, explícitamente a favor de los derechos laborales y del trabajo registrado: «El trabajo es con derechos o es esclavo», resumió ante la entonces presidenta de Télam, Bernarda Llorente.
«Cuando un trabajador no tiene derechos o se lo contrata por poco tiempo para ir cambiándolos y no pagar aportes, se lo convierte en esclavo y uno se transforma en verdugo. Verdugo no es solamente aquel que mata a una persona, sino también el que explota a una persona. Tenemos que tener conciencia de esto. A veces cuando me escuchan decir las cosas que escribí en las encíclicas sociales, dicen que el Papa es comunista. No es así. El Papa agarra el Evangelio y dice lo que dice el Evangelio. Ya en el Antiguo Testamento, el derecho hebreo pedía que se cuidara a la viuda, al huérfano y al extranjero. Si una sociedad cumple estas tres cosas anda fenómeno. Porque se hace cargo de situaciones límites de la sociedad. Y si se hace cargo de las situaciones límites, lo hará con las otras también», expresó, despegándose de etiquetas políticas con las que no se identificaba.
Su mirada sobre el mundo del trabajo, también alcanzaba a otra instancia del proceso productivo y le dedicó una encíclica de una importancia histórica radical a lo que llamaba «el cuidado de la casa común», es decir, una mirada ecologista del mundo. Allí, el Papa reconoce que tomó el nombre de San Francisco de Asís por su visión integral de la protección de lo «débil», hace especial énfasis en el peligro de la contaminación y el cambio climático a partir de la producción depredadora: «A la continua aceleración de los cambios de la humanidad y del planeta se une hoy la intensificación de ritmos de vida y de trabajo, en eso que algunos llaman «rapidación». Si bien el cambio es parte de la dinámica de los sistemas complejos, la velocidad que las acciones humanas le imponen hoy contrasta con la natural lentitud de la evolución biológica. A esto se suma el problema de que los objetivos de ese cambio veloz y constante no necesariamente se orientan al bien común y a un desarrollo humano, sostenible e integral. El cambio es algo deseable, pero se vuelve preocupante cuando se convierte en deterioro del mundo y de la calidad de vida de gran parte de la humanidad» (Laudato si’. Sobre el cuidado de la casa común, 24 de mayo de 2015).
Tras el domingo de Pascuas, hoy falleció el primer Papa argentino. Uno que supo hacerle honor a la fama de lucha popular que ostenta este país, que nos sorprendió a varios con sus acciones y palabras y que nos recordó por qué alguna vez la Iglesia nos convocaba. Tal vez, su mensaje final sea el más importante de todos, el de reconciliación con nosotros mismos y con otros, a quienes creemos tan distantes pero que, en la casa común, son nuestros semejantes, con quienes nos toca construir el mundo que llevamos en nuestros corazones.