(Por Cecilia Miglio/Motor Económico ) En una entrevista exclusiva con Georgina Orellano, secretaria general de la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (AMMAR), exploramos las realidades y desafíos que enfrentan las trabajadoras sexuales en el país. Orellano, una voz destacada en la lucha por los derechos laborales y humanos de las trabajadoras sexuales, nos brinda una perspectiva profunda sobre la organización, las políticas públicas, y cómo persisten la infantilización y el carácter punitivo en las mismas, así como la estigmatización por parte de algunos sectores de la sociedad.
– Georgina, gracias por recibirnos. ¿Podrías contarnos un poco sobre vos? Dónde naciste, algo de tu barrio, tu familia… lo que quieras compartir con nosotros.
Bueno, mi nombre completo es Georgina Orellano. Nací en Morón, provincia de Buenos Aires. Pero casi toda mi vida viví en Presidente Derqui, en el barrio Monterrey, un barrio muy precario con calles de tierra que pertenece al municipio de Pilar. Allí transité mi infancia y adolescencia. Cuando quedé embarazada de mi hijo Santi, me mudé con el que en ese momento era mi pareja a Villa Martelli. Después pasé por varios barrios hasta ubicarme acá, en el barrio de Constitución en CABA, donde vivo desde la pandemia en el año 2020. Constitución es uno de los barrios con mayor cantidad de compañeras que ejercen el trabajo sexual en el espacio público; la mayoría de ellas son del colectivo migrante travesti trans. Es un barrio atravesado por el control de la policía, con situaciones de “razzias policiales” todo el tiempo, pedidos de DNI, averiguación de antecedentes, operativos desmedidos, y expulsión de las personas en situación de calle, de los vendedores y vendedoras ambulantes, y también de las personas que ejercen trabajo sexual en el espacio público.
– Cuando eras chica, ¿qué pensabas sobre el trabajo sexual?
Cuando era chica, tenía una idea muy romantizada del trabajo sexual. Lo primero que vi fue la película “Mujer Bonita”. Después, en la escuela secundaria, cuando me tocó hacer un trabajo práctico con mis compañeras para la materia ESI – Educación Sexual Integral, habíamos elegido la prostitución. Una de las dificultades que encontrábamos era que todo el material que podíamos buscar en ese momento en el ciber, en la computadora, eran materiales donde no estaban presentes las voces de las personas que ejercían prostitución o trabajo sexual. De hecho, fuimos desaprobadas en un primer momento por el profesor porque se dio cuenta de que no habíamos profundizado en la problemática. No habíamos ni siquiera elegido una de las múltiples violencias que atraviesan las personas que ejercen trabajo sexual. Fuimos más por el lado teórico y no hubo un intercambio sobre cuál es el discurso que predomina socialmente con las personas que realizan trabajo sexual. Así que hablamos del estigma; ese fue el eje de nuestro trabajo práctico con el que terminamos aprobando. Contamos ahí, en el grupo de nuestra aula, que las trabajadoras sexuales no pueden hablar, que las personas prostitutas no pueden hablar porque recae sobre ellas un estigma social de mucha vergüenza y mucho cuestionamiento. Así que ahí fue que tuve, por primera vez, la posibilidad de intercambiar con nuestras compañeras y hablar de la prostitución. También hablamos del estigma de la palabra «puta». ¿A cuántas de nosotras ya nos habían dicho? De hecho, nos decían que éramos como las putas del secundario, las putas de la plaza. Entonces, también hablamos del estigma de la palabra, porque a nosotras nos dolía tanto que nos compararan con las que trabajan haciendo la calle.
(Ciber: En los 90s existían locales comerciales con varias computadoras para que las personas tuvieran acceso a la tecnología).
– ¿Qué circunstancias te motivaron a elegir el trabajo sexual? ¿Qué edad tenías?
Cuando empecé a ejercer el trabajo sexual tenía 19 años. Uno de los motivos principales fue la necesidad de conseguir un trabajo que me redituara económicamente para poder tener autonomía económica y poder independizarme. Tuve experiencias laborales en trabajos precarios: fui empleada de casas particulares, niñera, y tuve una experiencia breve en una fábrica metalúrgica. La verdad, me decidí por el trabajo sexual porque ahí me daba la posibilidad de definir mis horarios, de tener una autonomía donde no tuviera un jefe, de manejar mis horarios, y de que el dinero que generaba fuera mucho más redituable del que ganaba ejerciendo otros trabajos. Además, podía trabajar menos horas de las establecidas en los trabajos registrados, donde me exigían 12 horas con horarios rotativos.
Finalmente, opté por esta actividad laboral ya cuando fui mamá, ya que el trabajo sexual me dio la posibilidad de conciliar el salir de casa para buscar dinero con sostener las tareas de cuidado, ya que soy mamá soltera. En otros trabajos no encontré esa posibilidad que sí tuve en el trabajo sexual, de ajustar mis horarios al cuidado de mi hijo y a las tareas de casa. Por eso, para mí, el trabajo sexual es trabajo y es una decisión que tomé frente a las precariedades y la necesidad imperiosa que tienen muchas personas de salir a trabajar.
– ¿Sentís que la pobreza sigue siendo un factor determinante en la entrada al trabajo sexual? ¿Cómo se encuentra el equilibrio de reconocer la elección y la autonomía individual de las trabajadorxs sexuales con la necesidad de abordar los problemas estructurales tales como pobreza, educación, etc. que pueden influir en la entrada al trabajo sexual?
No sólo la pobreza sigue siendo un factor determinante en la entrada al trabajo sexual, sino la precariedad de los demás trabajos. Los trabajos a los que podemos acceder, las mujeres, lesbianas, travestis y trans que venimos de los sectores populares, son trabajos feminizados y son trabajos mal pagos. Muy pocas veces esto forma parte del debate en los feminismos, como debate central. ¿Cuál es el mercado laboral que les dejamos a las que no tocan el techo de cristal, sino a las que limpian el cristal, a las que tienen que lavar tazas, a las que tienen que limpiar pisos, que están todavía sumergidas en un piso pegajoso de barro y que no pueden subir escalones para ascender socialmente y tener una estabilidad económica y una autonomía que les permita ser independientes y tener algunos derechos que todavía muchos de los trabajadores y trabajadoras no reconocidos que ejercemos trabajos informales no tenemos?
Entonces, lo determinante es qué trabajos podemos realizar, cómo está compuesto hoy por hoy el mundo laboral, que ya no es el de antes. No es el mundo laboral de los años 70, de los años 80; hoy cada vez hay mucha más precariedad. Incluso los trabajadores y trabajadoras registrados, que tienen trabajos registrados, que se pueden jubilar, que tienen obra social, tienen que ejercer hasta tres trabajos diarios para poder llegar a fin de mes. Y ahí, lo que surge frente a esa precarización y esa pobreza, son alternativas laborales que te permiten una flexibilización laboral, que tiene que ver con la carga horaria y que también tiene que ver con el dinero.
Entonces, hoy nosotras lo vemos. Vemos cada vez más a los pibes que deciden ser RAPI, que deciden ser Uber, a las mujeres que deciden hacer uñas en su casa o ir a domicilio y que no contemplan la idea de ejercer un trabajo registrado porque, nada, sacan cuentas y se dan cuenta de que hay una sobreexplotación sobre su cuerpo y el dinero que les ofrece ya es dinero que no alcanza. No alcanza para sobrevivir.
N. del a.: Rapi y Uber son dos populares plataformas de servicios basadas en aplicaciones móviles. Rapi es una aplicación de entrega a domicilio, y Uber es de transporte de pasajeros y mensajería.
– ¿Sentís que las instituciones estatales tienen una actitud «evangelizadora» hacia las trabajadoras sexuales?
Nosotras creemos que las instituciones estatales lo que tienen es una actitud “infantilizante” hacia las trabajadoras sexuales. Las políticas que nos ofrecen están atravesadas por la moral, por pensar en la posibilidad del rescate, en la posibilidad de la ayuda, con una mirada muy «onegeista» (en referencia a las Organizaciones No Gubernamentales – ONG), de ir a ayudar a la persona que se encuentra en la calle, de salvarla, de darle otro trabajo para que deje el trabajo que está ejerciendo. Nos hablan de reinserción laboral cuando nosotras ya estamos insertadas en el sistema. No pueden hablar de reinserción; lo que tienen que hablar es de nuevas formas de reconocimiento de trabajos que se generan en la informalidad, dentro de la economía popular.
Hay una distancia entre lo que piensa el Estado y las necesidades básicas que atravesamos las personas que ejercemos el trabajo sexual. Esa distancia tiene que ver profundamente con una cuestión de clase. También tiene que ver con cómo se toma a los sujetos, en este caso quienes ejercemos el trabajo sexual, con una mirada totalmente de tutela bajo el Estado, con una mirada “salvacionista” y con intervenciones que, lejos de transformar la vida de las personas que ejercen trabajo sexual, dificultan el día a día de las trabajadoras sexuales. Son intervenciones punitivas, muchas veces, acorralándonos con el derecho penal para que dejemos de ejercer el trabajo sexual y, en la realidad y en lo cotidiano, sucede todo lo contrario. Cada vez ejercemos más el trabajo sexual, pero en condiciones más inseguras, más indignas, con el aparato represivo controlando todo el tiempo lo que hace o no hace la trabajadora sexual en el espacio público, las distintas formas de organización que tiene la trabajadora sexual en un ámbito cerrado, dejándonos a merced de situaciones de inseguridad, clandestinidad y mucha violencia por parte de las fuerzas de seguridad.
– ¿Pensás que las políticas y programas destinados a combatir la explotación realmente tienen en cuenta las necesidades y perspectivas de las propias trabajadoras sexuales, o más bien se centran en imponer una visión moral o social? ¿Qué cambios pensás que se necesitan en la política y la legislación para proteger los derechos de las trabajadoras sexuales?
Creemos que el principal cambio que se necesita en la política y en la legislación para proteger los derechos de las trabajadoras sexuales es escucharnos. Es diseñar una mesa donde se sienten todos los actores, pero principalmente que quienes estén sentadas ahí seamos las personas que ejercemos el trabajo sexual. Ya no queremos que otras sean nuestras intermediarias, que otras vayan con sus estudios, que otras vayan con las encuestas que hicieron, que otras vayan a contar la tesis doctoral que hicieron sobre las vidas de las personas que ejercemos trabajo sexual. Creo que principalmente lo que tiene que hacer la política y el Estado es escuchar a las trabajadoras sexuales, venir a preguntarnos a nosotras qué es lo que necesitamos, cuáles son las situaciones emergentes que necesitamos que el Estado intervenga, que el Estado genere política pública, de qué manera nos imaginamos el Estado. También qué pensamos nosotras del Estado, qué es para la trabajadora sexual el Estado. Porque hay tanta desconfianza con el Estado. Que escuchen las problemáticas que venimos atravesando hace muchos años, que una de las principales violencias que ejercen sobre nosotras es la violencia institucional. Y la policía es parte del aparato estatal. Entonces, si quieren venir a transformar la vida de las trabajadoras sexuales, lo primero que deberían abordar es cómo frenar la violencia institucional, cómo derogar esas normativas que están presentes en 16 provincias y en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en nuestro país, que le otorgan poder a la policía para que nos detenga, para que nos coimee, para que nos criminalice, para que nos expulse, para que nos acose, para que nos violente, para que haya permanentemente un abuso de poder hacia nosotras.
– ¿Notaste algún cambio en la actitud, en el comportamiento de los clientes hacia las trabajadoras sexuales desde la sanción de leyes contra la violencia de género?
Lo que hemos notado en el comportamiento de los clientes hacia las trabajadoras sexuales no lo vemos tanto en relación con la sanción de leyes contra la violencia de género, sino hacia la organización de las trabajadoras sexuales, hacia la visibilidad de que estamos organizadas y que contamos con estrategias, con herramientas, con acuerdos de cuidado. Los clientes lo saben. Saben que existen distintas estrategias con relación al cuidado en las zonas de trabajo, saben que estamos organizadas, saben que tenemos un sindicato, saben que nosotras, más allá de que tengamos por ahí una posición medio crítica en cuanto al escrache y la cancelación, en algunas ocasiones hemos utilizado este tipo de medidas, ya medidas extremas, cuando vemos que hay clientes que no cambian su comportamiento y que, encima, se suman a una ola de pánico moral, de la doble moral. Comienzan también a sumarse a juntas vecinales de los barrios para echarnos a nosotras y expulsarnos, siendo que muchos de ellos son clientes de las trabajadoras sexuales.
Nosotras creemos que tiene una potencia la organización de las trabajadoras sexuales. Es potente que ellos sepan que estamos organizadas, que tenemos un sindicato, y que, de hecho, en las conversaciones que hemos tenido en los últimos años, nos preguntan qué pensamos nosotras sobre el señalamiento hacia los varones, qué pensamos nosotras con respecto, por ejemplo, a hechos o causas que han tenido un gran impacto y conmoción social cuando hay femicidios que están en el prime time de la televisión. Ellos no solamente nos preguntan a nosotras qué es lo que pensamos, sino que también se muestran horrorizados con las distintas situaciones de violencia de género.
– ¿Cómo pensás que se debe abordar la violencia de género en el contexto del trabajo sexual?
Nosotras creemos que la violencia de género en el contexto del trabajo sexual se tiene que abordar sin re-victimizar. Se tiene que abordar desde una perspectiva de derechos humanos y también desde una perspectiva de derechos laborales, como se aborda la violencia de género en contextos de trabajo, en contextos laborales. Hay protocolos de abordaje integral en muchos espacios de trabajo, como lo vienen abordando los otros sindicatos que tienen trabajos registrados y reconocidos. Después, creo que una de las cosas que hay que hacer es dejar de plantear discursos donde siempre a las trabajadoras sexuales nos ubican en un lugar de pasividad, en un lugar donde esos discursos fomentan la putofobia. Hay discursos que nosotras escuchamos incluso en espacios académicos y en algunos espacios feministas que habilitan a pensar que a una trabajadora sexual le podés hacer de todo porque justamente no tenemos ninguna legislación que nos ampare, que nos acompañe. Esa es la peligrosidad de fomentar estos discursos, de decirlo tan abiertamente sin saber que del otro lado se construye un estigma, se construye una mirada, se construyen estereotipos. Hay otros y otras escuchando que instalan eso, instalan a un sujeto que en este caso somos nosotras desde un lugar de pasividad total y de victimización. Justamente son categorías que nosotras rechazamos rotundamente porque sabemos que, si nos piensan a las trabajadoras sexuales como víctimas, eso habilita no solamente a que suframos situaciones de violencia institucional, sino que no se construya ninguna estrategia ni herramienta de defensa. Desde el lugar de la pasividad no se resuelve nada. Lo único que hacen es que otras personas habiliten sus voces por sobre las nuestras y sigan construyendo imaginarios, sigan construyendo estereotipos, y eso tiene una consecuencia directa en la vida de las personas, que es el estigma. Es el estigma que hace que muchas compañeras no quieran reconocerse como trabajadoras sexuales. Es el estigma que hace que muchas compañeras, justamente por los discursos putofóbicos en los que habitamos socialmente, cuando les pase algo en su ámbito laboral o en su vida cotidiana, no recurran al Estado, no recurran a ninguna ventanilla estatal. Tienen temor de decir verdaderamente a lo que se dedican porque rápidamente empiezan a juzgarlas, empiezan a cuestionarlas y nunca terminan de resolver esa problemática que la compañera trae y por la cual se acerca a una ventanilla estatal.
– ¿Cómo se organizó la creación del sindicato? ¿Cómo funciona el proceso de afiliación? ¿Con cuántas afiliadas cuentan?
AMMAR es una organización que el próximo año va a cumplir 30 años. Nace como respuesta a la represión policial cuando un grupo de compañeras de los barrios de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Once, Constitución, Villa del Parque y Flores, se comienzan a organizar justamente alertadas por las detenciones, por los códigos edictos policiales vigentes y por una principal y única reivindicación que era poder trabajar en libertad, sacarse a la policía de encima, poder denunciar las coimas policiales, poder denunciar las arbitrariedades que llevaba adelante la policía para detenerlas, para que ellas estén presas de 30 a 60 días o, si eran reincidentes, hasta 120 días. Así que la organización nace en los calabozos, nace en los barrios donde las compañeras ejercían y todavía aún hoy ejercen trabajo sexual callejero. Nace como una respuesta a la represión policial, como una herramienta para ponerle el freno a la avanzada de la violencia institucional.
A punto de cumplir ya 30 años como organización, somos parte de la CTA central de trabajadores y trabajadoras, tenemos un reconocimiento estatal como asociación civil, tenemos una personería jurídica cuyo objeto social es defender los derechos humanos y laborales de las personas que ejercen trabajo sexual. Contamos con 6.500 afiliadas y el proceso de afiliación requiere tener más de 18 años, ejercer el trabajo sexual de manera voluntaria y pasar por un proceso de 4 talleres de información que tienen que ver con sindicalismo, con feminismo popular, con derechos humanos y con acceso a la salud. Justamente lo que fomentamos es que las compañeras y compañeros que se afilian a la organización no solamente se lleven el carnet y los servicios y asistencias que brindamos desde la organización, sino que se lleven conocimientos y saberes que puedan compartir con otras pares.
– ¿Qué piensan sobre las plataformas que brindan servicios sexuales virtuales?
Con respecto a las plataformas, creo que las plataformas que brindan servicios sexuales virtuales han venido a dar toda una reconfiguración, no solamente en el mundo del trabajo sexual, sino en el mundo laboral. Creemos que como sindicato tenemos que abordar las distintas situaciones que atraviesan nuestras compañeras y compañeros que ejercen trabajo sexual en la virtualidad. Muchas veces, los discursos que se escuchan en los medios de comunicación o que se pueden leer en los grandes medios de comunicación, hay una especie de romantización de lo que te ofrece la virtualidad y muy poco se habla de las desventajas o de situaciones que podés atravesar y donde no se habla y no se fomenta ningún tipo de estrategia. ¿Qué pasa con el acoso virtual? ¿Qué pasa cuando no podés cobrar el dinero en las billeteras virtuales? ¿Qué pasa cuando se difunden tus fotos y tus videos y aparecen en plataformas en las cuales vos no diste tu consentimiento? Y, por ende, una vez que estás en la virtualidad, un poco se pierde el control de eso que subís, de eso que generás, de ese contenido que pones a disposición para poder ejercer trabajo sexual.
Y también hay una cuestión de desmarcación del trabajo sexual. Hay muchas personas que ejercen trabajo sexual en la virtualidad, pero no se reconocen como trabajadoras sexuales. Empiezan nuevamente estas categorías a desmarcarse un poco del estigma, a desmarcarse un poco del trabajo sexual, a desmarcarse un poco de «yo no soy puta, yo lo que hago es crear contenido», y una mirada que vuelve nuevamente a poner el estigma y el desconocimiento social que se tiene y el imaginario que se tiene con qué pensamos socialmente de lo que es trabajo sexual. Entonces, incluso aquellas que hacen trabajo sexual virtual muchas veces no se reconocen como tales, porque dicen que lo que ellas hacen no es trabajo sexual y definen como trabajo sexual a una persona que está parada en la esquina revoleando la cartera o que se abre de piernas y tiene contacto permanente con el cliente. Como ellas no tienen un espacio público en el que tienen que trabajar, como ellas no están paradas en una esquina, no tienen este estigma de la cartera, este cliché permanente de la trabajadora sexual con cigarrillo en la mano, con medias de red, con polleras de cuero y, sobre todo, con el espacio que pasa cuando vos, para ejercer trabajo sexual, lo que necesitás es una computadora, un buen teléfono celular, el aro de luces para que puedas sacar buenas fotos y ser creativa en el contenido que vas a subir todos los días para mantener siempre expectante a tus suscriptores o suscriptoras.
Pero bueno, un poco está ahí la discusión de que eso también es trabajo sexual, que no solamente el trabajo sexual es la que trabaja en Constitución y va a un hotel y se abre de piernas y tiene como único fin el servicio sexual, la penetración a cambio de un dinero. Justamente nosotras llamamos trabajo a la prostitución porque es mucho trabajo, es mucho más que pararte en una esquina, ir a un hotel, tener contacto con el cliente y abrirte de piernas. Es mucho más creativo que eso, es crear tu fuente laboral en base a la experiencia, a la expertise que te va dando todos los años que vos vas ejerciendo trabajo sexual. Entonces, después te das cuenta de que el trabajo sexual es mucho trabajo porque no implica solamente la penetración o la sexualidad como lamentable y moralmente se plantea en nuestra sociedad. El trabajo sexual tiene que ver con la escucha, tiene que ver con el compartir, tiene que ver con hacerle pasar un buen momento a la otra persona, tiene que ver con el conversar, con el coincidir, con el aconsejar. Es un disfrute que tiene que ver hasta con lo afectivo. Entonces, por eso para nosotras es mucho trabajo y, por ende, es nuestro trabajo.
Así que también ahí tenemos toda una gran discusión con quienes se presentan como creadoras de contenido, desmarcándose de la categoría trabajo sexual. Después, lo que creemos es que ahí también hay una cuestión de clase y generacional. Hay dos componentes que marcan esa distancia de no creerte que sos trabajadora y que no perteneces a la clase trabajadora. Después, la cuestión generacional también hace una nueva reconfiguración a lo que se entiende por mercado sexual. Cuando digo que hay una cuestión de clase, es pensar que las personas de clase media que tienen un color de piel blanco, que aspiran, tienen una aspiración social de ascender y de estudiar, de iniciar una carrera, de recibirse y que por ahí hacen trabajo sexual virtual para poder pagarse sus estudios, también para poder ayudar a su familia, para mantener un status quo que por ahí un trabajo registrado hoy por hoy no te estaría ofreciendo. Entonces, hay una desmarcación de clase que es pensar que esa persona blanca de clase media universitaria puede explotar su capital erótico y… ¡qué bueno que explote su capital erótico y gane dinero por eso! Hay una aceptación social incluso de las creadoras de contenido, pero cuando aparece en escena una travesti inmigrante del barrio Constitución que viene con otras problemáticas que tienen que ver con la emergencia habitacional, con el acceso a la salud, con la violencia policial, con las coimas policiales, ahí se encienden todos los argumentos del pánico moral. Entonces, ¿por qué si a la blanca que ofrece servicios en la virtualidad la aceptamos socialmente y aplaudimos que explote su capital erótico, y por qué cuando aparece una pobre no? Entonces, ahí hay una cuestión de clase y tenemos que seguir no solamente dando las discusiones, sino sincerándonos en que acá lo que molesta profundamente es que las pobres se hayan salido de esas normas establecidas, que es ir a hacer el trabajo que nadie quiere hacer porque alguien lo tiene que hacer. Esas son las migrantes, son las pobres, somos las que venimos de los sectores populares, que tenemos que cuidar niños ajenos, que tenemos que limpiar casas, que tenemos que planchar, que tenemos que cocinar y tenemos que mantenerles el sistema a otras. Entonces, creo que ahí hay un componente profundamente clasista que termina criminalizando sobre todo a las más vulnerables.
– ¿Cómo ven el papel del sindicato en la lucha por los derechos de las trabajadoras sexuales en el futuro?
Nosotras vemos al sindicato como una herramienta no solamente transformadora, sino que con los años vaya mejorando las condiciones laborales, generando conciencia entre el sector al cual representa, generando estrategias, pero sobre todo allanando el camino para que las nuevas generaciones no pasen por toda la mierda, por toda la violencia que otras en contextos mucho más difíciles tuvieron que soportar. De hecho, todas las compañeras que se suman a AMMAR siempre repiten por qué es importante para ellas el sindicato, por qué eligen el activismo, por qué siguen apostando a la militancia: porque no quieren que a otras les pase lo que ellas pasaron, porque no quieren que otras se coman el cuento de que las prostitutas no tenemos derecho, que a nadie le importa lo que le pase a una puta en una esquina.
Y me parece que esa es la clave y el rol fundamental que tiene el sindicato: generar conciencia en que las nuevas generaciones de trabajadoras sexuales que vengan… vengan con más conciencia social, que vengan con menos estigma, que vengan con mejores condiciones laborales, que vengan con derechos laborales o que su reivindicación sea justamente los derechos laborales como obra social, jubilación, acceso a la vivienda, a la educación y a la salud de manera integral.
– ¿Comparten experiencias con otros sindicatos a nivel internacional?
Sí, nosotras compartimos experiencias con otros sindicatos a nivel internacional, con compañeras que están nucleadas en la red de trabajadoras sexuales de Latinoamérica y del Caribe. De hecho, hace un par de días estuvimos participando en un encuentro plurinacional de trabajadoras sexuales de Chile, en el cual también participó la secretaria de la Asociación de Trabajadoras Sexuales de Paraguay Unidas por la Esperanza (UNES). Tenemos también contactos, conversaciones y experiencias con distintos colectivos de trabajadoras sexuales del Estado español, como las compañeras de Barcelona, de Madrid y de Sevilla. También tenemos contacto con el sindicato de trabajadoras sexuales de Holanda. Vienen a visitar seguido organizaciones de Italia a nuestro sindicato.
El próximo año, AMMAR cumple 30 años y estamos pensando en la posibilidad de que algunas de esas representantes, con las que venimos gestando estrategias y compartiendo experiencias, puedan venir a un congreso que queremos organizar en la Facultad de Ciencias Sociales. Para nosotras es importante el tejido que se va realizando y la articulación a nivel internacional, porque no solamente es compartir experiencias, aunar fuerzas, sino también compartir criterios a la hora de debatir las políticas públicas que se le exigen al Estado o ver cómo en algún país avanza una política punitiva y cómo el resto tenemos que estar alertas para que eso que está sucediendo en tal región no llegue a nuestros países. Así que es muy importante la relación internacional entre distintos colectivos, porque lo que hace en definitiva es fortalecer el movimiento de trabajadoras y trabajadores sexuales a nivel internacional.
– ¿Qué iniciativas tienen para apoyar a las trabajadoras sexuales que enfrentan dificultades económicas?
Bueno, las iniciativas que tenemos para apoyar a las trabajadoras sexuales que enfrentan dificultades económicas tienen que ver mucho con parte de los servicios de asistencia que ofrecemos en nuestras distintas delegaciones. Primeramente, las ollas populares y los comedores que cumplen, quizás hoy por hoy, un parche dentro de las dificultades y las precariedades que atravesamos; es ofrecerle un plato de comida a la compañera para por lo menos garantizarle una comida al día, sobre todo aquellas que están en situación de calle, aquellas que están atravesando situaciones de consumo problemático.
Después, a las compañeras y compañeros se les ofrece el servicio de asesoría legal gratuita, con intervención y articulación con distintas dependencias estatales, las cuales hemos sensibilizado para poder frenar cualquier tipo de avanzada que tenga que ver con desalojos, generar mediaciones si las compañeras tienen deudas. También se hacen colectas solidarias cuando las compañeras están internadas, se las va a visitar, etc. El colectivo migrante suele ser permanentemente apoyado como una acción solidaria para acompañar las distintas dificultades que atraviesan nuestras compañeras. Se trata también con las asistentes sociales de poder dar un acompañamiento a las compañeras que están en situaciones mucho más vulnerables, que están en situación de calle, que tienen deudas y no saben cómo enfrentar sus alquileres.
Tratamos, a través de informes sociales, tramitar algún subsidio habitacional, articular con algunas de las pocas oficinas estatales que han quedado después de este achique del Estado que propone y que llevó a cabo el gobierno nacional, que nos va dejando cada vez más acorraladas, más aisladas, más solas y sin tantas alianzas o intervenciones del Estado para poder resolver la problemática de nuestras compañeras. Hay distintos servicios, pero, sobre todo, en un contexto de ausencia del Estado, lo que prevalece es la solidaridad entre el colectivo de trabajadoras sexuales.
– ¿Pensás que cambió la percepción pública sobre las trabajadoras sexuales? ¿Hay algún tipo de estigmatización o rechazo? ¿Qué mensaje te gustaría transmitir a la sociedad en general sobre el trabajo y las trabajadoras sexuales?
Por supuesto que nosotras creemos que 30 años de organización no han sido en vano, que han valido la pena. Una de las cosas que podemos ver justamente no es solamente la percepción pública sobre las trabajadoras sexuales, sino la percepción que cada compañera tiene sobre su trabajo. Que lo puede contar en su familia, que vienen a la organización con sus hijos, con sus hijas, que cuando hacemos fiestas de fin de año vienen con sus familias, que sus familias no ven espantado su trabajo. Hay compañeras que han estado 30 años sin poder decirle a su entorno familiar a lo que se dedicaban, por miedo a que las excluyan, por miedo a que las cuestionen, por miedo y temor a que les quiten el saludo, a que las expulsen de su ámbito familiar. Y hoy por hoy verlas, que todo ese temor, que toda esa vergüenza y toda esa culpa se transformó en fortaleza, que ese silencio es ahora parte fundamental del activismo, el poder hablar en primera persona para contar en primera persona lo que atraviesa una trabajadora sexual, ahí vemos el cambio de percepción.
Nosotras mismas, que tantos años estuvimos en la clandestinidad sin decirle a nuestros hijos y a nuestra familia a lo que nos dedicamos, hoy por hoy podemos ser una voz pública, podemos visibilizarnos porque también hay una familia detrás que respeta, que acompaña, que no se horrorizó, que no nos quitó el saludo, que no nos quitó el plato en la mesa. Yo, las veces que voy a la casa de mi mamá, mis hermanos siempre me preguntan por cómo están mis compañeras y poder contarle a mi familia lo que la policía les hace a mis compañeras, poder reírnos también de las anécdotas que tenemos en el barrio, cuando hacemos actividades, cuando nos acercan los vecinos y las vecinas. También en los servicios que ofrecemos nosotras, vienen los vecinos y las vecinas a contarnos su problemática, que nos vengan a decir que la policía también violenta a los vendedores ambulantes y podemos darles una mano. Que venga una vecina y nos diga si le podemos ayudar a conseguir una vacante en el colegio a su hija o que una vecina venga a ponerse la vacuna de la gripe a nuestro sindicato, que se vengan a hacer los anteojos a nuestro sindicato.
Creo que eso cambió la percepción porque ya no nos ven como las raras, no nos ven como el sujeto de la peligrosidad, sino que nos ven como una institución, de hecho, y como sujetas políticas. Hay muchas delegadas de nuestra organización que nos dicen que cuando ellas están trabajando en la calle, todo el tiempo hay vecinos que se acercan a preguntarles cómo pueden sacar un trámite en el ANSES, si les pueden dar una mano a bajar la aplicación Mi Argentina, cómo pueden hacer para recibir asesoría legal gratuita. En el momento que las compañeras están ejerciendo trabajo sexual, esos vecinos antes ni se acercaban, eran los primeros que llamaban a la policía y ahora se acercan para consultarles las dificultades que tienen ellos y ellas en la cotidianidad y ven a la trabajadora sexual ahí como un sujeto político, como una representación de una institución, eso que les va a dar una mano y que no los va a juzgar, como muchas veces nos han hecho a nosotras.