Por Héctor Luis Saint-Pierre
El mundo atraviesa un momento de tensión que amenaza con arrastrar a la humanidad a una inevitable conflagración, que podría alcanzar el nivel nuclear. En varias regiones del mundo es posible observar el compromiso con los preparativos para la guerra, como si la falacia si vis pacem, to belum fuera la única manera de mantener la paz. Lo cierto es que esta preparación se convierte en una profecía autocumplida. Detonadores no faltan: a las guerras en Ucrania y Oriente Medio se suman las tensiones entre las dos Coreas y en el Estrecho de Taiwán. Los detonadores son el resultado de la fuga de energía producida por la gran presión que ejercen las capas tectónicas del sistema internacional en movimiento de colisión. Desde la Segunda Guerra en Ucrania [1], en la que comenzó la guerra no reconocida de la OTAN contra Rusia, quedó claro que la monopolaridad del sistema internacional había sido desafiada por el choque de esas capas.
Desde la década de 1990, los neoconservadores estadounidenses habían advertido que su país, autoproclamado ganador de la Guerra Fría, no toleraría potencias que pudieran oponerse a su voluntad de híper-potencia. Los primeros años fueron fáciles para Estados Unidos, con una Rusia empobrecida confinada a sus fronteras y una República Popular China (RPC) que todavía no se molestaba en proyectar sus intereses. Sin embargo, el diseño programático del desarrollo chino, que permite formular estrategias a largo plazo, sin preocupaciones por cambios de dirección política y con la paciencia taoísta de esperar sin ansiedad la realización de sus proyectos, empezó a preocupar a los estadounidenses, que desde entonces –principios de siglo– empezó a mirar con terror el frenético crecimiento de la economía china.
Cátedra de eficiencia china
Con una estrategia de largo plazo, la República Popular China invirtió fuertemente en educación y desarrollo científico-tecnológico, y alcanzó logros espectaculares en poco tiempo. Sus productos industriales ganaron calidad e innovación y fueron aceptados por el mercado mundial, incluso por el estadounidense. Pero sus productos necesitaban expansión de mercado y logística global, lo que llevó a la renovación del proyecto de la Ruta de la Seda. En pocas décadas, su producción científica empezó a ocupar más del 80% de las publicaciones especializadas más importantes, y los logros de su atrevida ingeniería y tecnología comenzaron a ser reconocidos a nivel mundial. No fue su antiimperialismo sino su eficiencia en el desarrollo de la economía capitalista lo que convirtió a China en una amenaza para Estados Unidos.
En 2011, incluso antes de postularse para Presidente de Estados Unidos, Donald Trump publicó en el antiguo Twitter que la República Popular China era la principal amenaza para Estados Unidos y, por lo tanto, debía ser destruida. Durante la campaña, este mensaje se repetiría con fuerza, colocando a China como enemigo. Esta precaución no tardó en entrar en los radares de los halcones de RAND Co. y de los negocios del Complejo Político-Industrial-Militar-Medios-BigTech, el Estado Profundo que guía la sustancia de la política exterior estadounidense, independientemente de quién ocupe la Casa Blanca: demócratas y republicanos pasan, los intereses del Estado Profundo permanecen. Los estilos de trato con la República Popular China y Rusia cambiarán y, hasta cierto punto, también la estrategia, pero esencialmente no hay diferencia entre ambos. El republicano Trump intentó acercarse a Rusia para aislar a China y atacarla como su principal enemigo. Durante la administración Obama, los neoconservadores, representados por Vitoria Nuland, comenzaron a amenazar a Rusia en el fallido golpe de estado en Georgia y el exitoso golpe de Maidan en Ucrania, con el objetivo final de aislar y confrontar a China.
La crisis financiera internacional de 2008 puso a China en el centro de atención. Su diplomacia ancestral aumentó silenciosamente su prestigio internacional al realizar negocios convenientes para todos y sin vincular sus compras a posiciones políticas o ideológicas, ni a votaciones en foros internacionales. Su crecimiento económico y productivo la llevó a definir nuevos mercados, financiando obras de infraestructura, ofreciendo logística que le permitiera transportar su producción y/o importar los insumos necesarios para su consumo y crecimiento. Quienes se acercaron a China, negociaron con ella u obtuvieron financiación, pronto se dieron cuenta de la diferencia con respecto a la diplomacia estadounidense, que era opresiva y vinculante. El período de la pandemia aceleró esta tendencia y cambió las cadenas de valor. Pero, a medida que la República Popular China amplió sus intereses, aumentó la preocupación estadounidense, que no admite competencia económica. Sus competidores son considerados amenazas a la seguridad nacional y tratados como enemigos a los que hay que combatir.
Desde entonces, la OTAN ha clasificado a la República Popular China como un desafío y a Rusia como una amenaza. La retórica de la alianza militar atlantista subía en decibeles y, sin tener en cuenta las consecuencias estratégicas, acomodaba como adversarias a las dos potencias emergentes, Rusia y China, sin darse cuenta de que estaban cometiendo un pecado mortal desde el punto de vista estratégico: fusionar la fuerza de dos adversarios en un solo frente de combate. En efecto, la percepción de que para la OTAN ambos eran considerados, en el mismo párrafo, los principales desafíos –¡y para una alianza militar los desafíos son bélicos!–, les llevó naturalmente al enfoque estratégico conveniente.
La diplomacia china empezó a ser más asertiva y sus gestos más firmes. El 18 de octubre de 2017, en la inauguración del XIX Congreso del Partido Comunista de China, el discurso de Xi Jinping pasó de la retórica a la acción imponente. “El ejército debe estar preparado para luchar […] tomar como criterio la combatividad en todo nuestro trabajo y tener capacidad para luchar y vencer. Haremos preparativos sólidos para el combate militar en todas las direcciones estratégicas y avanzaremos coordinadamente los preparativos para acciones militares en las áreas de tipos de seguridad tradicionales y nuevos. Nosotros […] llevaremos a cabo entrenamiento militar en forma de combate real, fortaleceremos el uso de fuerzas militares, aceleraremos el desarrollo del sistema militar inteligente y mejoraremos la capacidad de operaciones conjuntas en todos los espacios que se basan en el sistema de información en red”.
En julio de 2021, en Bruselas, Joe Biden y la OTAN clasificaron a la República Popular China como un desafío sistémico: “Las ambiciones declaradas y el comportamiento asertivo de China plantean desafíos sistémicos a la seguridad de la alianza. Nos preocupan estas políticas coercitivas que contrastan con los valores fundamentales consagrados en el Tratado de Washington”. En el mismo documento, China es vista como un desafío y Rusia como un riesgo. Ese año, los estadounidenses se sorprendieron con el exitoso vuelo de un misil hipersónico chino (tecnología en la que Estados Unidos aún no ha tenido éxito). En marzo de 2023, ante el Congreso Nacional del Pueblo, el Presidente chino afirmó la necesidad de “transformar el Ejército Popular de Liberación en un gran muro de acero que proteja eficazmente la soberanía nacional, la seguridad y los intereses de desarrollo”. Destacó que “la seguridad es la base para desarrollo, la estabilidad es el requisito previo para la prosperidad”, y aumentó el presupuesto de defensa en un 7,2%, hasta 1,55 billones de yuanes. En aquella ocasión, el ministro de Asuntos Exteriores, Qin Gang, consideró que si Estados Unidos no “pisa el freno” las dos superpotencias seguramente entrarán en conflicto y confrontación.
La falacia de la inevitabilidad
En julio último, la Comisión Nacional de Estados Unidos publicó la Estrategia de Defensa [2]. El documento destaca el crecimiento de China y la capacidad militar de Rusia como amenazas a la seguridad nacional, y plantea que, junto con Corea del Norte e Irán, formarían un frente denominado Eje de Convulsión (eje tormentoso, convulsivo, insurreccional o el recordado eje del mal) que haría inevitable el enfrentamiento armado. Ante la inevitabilidad de esta Guerra Mundial, Estados Unidos debe prepararse para luchar contra esos enemigos y sus aliados. Según el escenario prospectivo del documento, esta guerra se llevaría a cabo en diferentes teatros, como Oriente Medio, Europa del Este y la región del Indo-Pacífico. Sin embargo, ni siquiera con el compromiso de sus aliados, según este análisis, podría ganar la guerra contra este poderoso eje de potencias nucleares y con un desarrollo tecnológico superior al de Estados Unidos y sus aliados. Reconocen la obsolescencia del diseño tecnológico de su complejo militar-industrial y la distancia que los separa de la preparación militar y capacidad tecnológica de esos enemigos.
Ante este diagnóstico, el documento propone que Estados Unidos construya una “Fuerza de Teatro Múltiple” y formule una Gran Estrategia que prepare a la nación y a sus aliados para poder enfrentar ese eje con alguna posibilidad de éxito. El documento estima que este proceso no concluirá antes de 2026. Para estar lista para esa fecha, considera urgente ejecutar la estrategia nacional en tres direcciones que definiré brevemente de la siguiente manera: 1) la modernización acelerada del “diseño tecnológico” del complejo industrial-militar, adicto al afán de lucro más que a las necesidades del combate; 2) la idoneidad de la Forma de Fuerza Nacional para la guerra contemporánea: qué tipo de guerrero, con qué armas y con qué estructura de mando ganará esta guerra; y 3) la concepción de una acción diplomática que opere eficientemente a través de líneas extranjeras, con la ayuda de medios corporativos internacionales, con el objetivo de consolidar aliados e impedir la formación de alianzas por parte del “enemigo”.
¿La guerra que nos espera?
Puede que sea sólo una justificación para aumentar el ya considerable presupuesto de defensa estadounidense, pero, literalmente, este documento es la profecía de una catástrofe humana; si se tiene en cuenta, se habrá iniciado el camino hacia su realización. Su fundamento metafísico es la inevitabilidad de la próxima guerra. La solución se basa en el misticismo del guerrero como solución a todos los males. Este fundamento y su solución fueron discutidos por Wright Mills [3] en una situación similar, a mediados del siglo pasado. La inevitabilidad corresponde a lo que él llama “destino sociológico” en el que un gran número de voluntades hace imposible predecir el resultado de la deliberación. Pero en el momento de Mills, y más ahora en el nuestro, la guerra depende de muy pocas voluntades si estas son políticas y encaminadas a la paz, pero si son atropelladas por la “mística guerrera” todas las cuestiones serán consideradas, invirtiendo la frase de Clemenceau, “demasiado graves para dejarlas en manos de los políticos” y el resultado será catastrófico. Tanto la inevitabilidad como la solución militar son falacias que utiliza el capital, insensible al horror que ya estamos viendo en Gaza y que puede globalizarse rápidamente. El crecimiento chino requiere un mercado en paz y no en guerra. La sociedad internacional debe movilizarse para detener a tiempo esta locura, porque de esta guerra, a la que se refiere la profecía de la Estrategia de Defensa estadounidense, nadie saldrá vivo para celebrar la victoria.
[1] Inauguramos este concepto en Las Guerras en Ucrania, en Opera Mundi, 7/3/2024.
[2] Presidió la comisión el congresista Jane Harman, secundado por el embajador Eric Edelman. Más información sobre la Estrategia de Defensa, aquí.
[3] Mills, Wright. Las causas de la Tercera Guerra Mundial. Londres. Secker y Warburgo, 1959.
Fuente: https://www.elcohetealaluna.com/crecimiento-o-guerra-de-china/