¿Por qué tantas personas deciden ver la charla magistral de la etóloga incluso cuando ella ya ha contado varias veces su historia? ¿Qué hay en ese afán de sentir esperanza y qué tanto puede aportar Jane Goodall? En esta crónica de Anfibia Chile y Ladera Sur, el periodista Matías Rivas detalla su paso por Chile, país que conoció por mera casualidad.
( Por: Matías Rivas Aylwin/ Arte: María Elizagaray Estrada )
Jane Goodall supone un problema para cualquier periodista. Es tal su magnetismo que es casi imposible huir del panegírico y no terminar convertido en un groupie más, de esos cientos que ahora, en el Teatro CorpArtes, un sábado de invierno por la tarde, la esperan impacientemente en sus asientos con miradas inquietas y deseosas de su presencia.
Jane, 90 años, reconocida mundialmente por sus contribuciones en el estudio de los chimpancés y por sus aportes en la conservación del medio ambiente, ha llegado a Chile para comunicar un mensaje. Un mensaje que la lleva a viajar 300 días del año por el mundo en búsqueda de gente joven, como lo era ella cuando comenzó todo. He ahí lo que la mueve a seguir viviendo a un ritmo vertiginoso.
Josefa Arredondo, 17 años, es de esas jóvenes sentadas a la espera de “la doctora”, como le dice. Nadie la invitó: compró su entrada en el palco más próximo al escenario —donde alcanzará a ver a Goodall sin la necesidad de acudir a la pantalla— y vino sola. También, como Jane, tiene una debilidad por los chimpancés. Para Josefa, ver a Goodall no es un mero panorama, pues por primera vez tiene la oportunidad de conocer a una científica que admira y que aún está activa. Otras personas sostienen lienzos, merchandising, graban videos del evento y se sacan selfies con una imagen en tamaño real de Jane; Josefa, en cambio, pasa desapercibida.
Antes de comprar la entrada a la charla, Josefa sentía que “no había futuro, estaba desmotivada sobre el mundo”, pero le ayudó a darse cuenta de que los adultos también pueden tener una visión esperanzadora. Si bien Jane ha cosechado éxitos en su cruzada como activista por la defensa de los derechos de los animales, contribuyendo, por ejemplo, a eliminar los testeos médicos con chimpancés en Estados Unidos, también ha sido testigo de los efectos catastróficos del cambio climático en las zonas más pobres del mundo, donde la deforestación ha privado a los chimpancés de su hábitat. Sin embargo, Jane no sería Jane si se hubiera desmotivado. Al contrario.
Al verla aparecer en el escenario, el público se pone de pie. Aplaude, vuelve a aplaudir, la llaman ídola, doctora, Jane, y por un instante pareciera que la conocieran íntimamente, como alumnos que homenajean a una vieja y querida profesora que alguna vez les enseñó un curso de biología en la universidad. Vestida con un delgado poncho decorado con flores, pelo tomado, se acerca al micrófono y reúne a sus animales de peluche, una rata y un chancho, que la acompañan en sus viajes y que según Jane se han vuelto casi tan famosos como ella. Su voz es de timbre delicado y tierno, transmite cercanía y sencillez, como esas voces que narran los documentales de National Geographic y que uno no se cansa de escuchar.
(Lo advertí: es difícil huir del panegírico).
Aunque sería pecar de fanatismo decir que ella es la principal razón de la esperanza, algo de eso hay. Lo primero que oímos de la doctora, al comenzar la charla, es una distinción: existen la Jane de las revistas, de la televisión, de la fama, y la Jane ordinaria. “La que está frente a ustedes, es la Jane de verdad”, dice ella, mientras se apronta a relatar su vida.
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Jane tiene el don de la parsimonia. Si se compara su imagen actual con la de sesenta años atrás, en Tanzania, en su etapa de inmersión en la vida del bosque con chimpancés que por meses le fueron esquivos, se aprecia el mismo fuego en sus ojos, la misma inquietud. En su charla, Jane vuelve al pasado, a su infancia con poco dinero en tiempos de guerra y con “sueños de hombre”, según sus palabras, porque no quería ni casarse ni tener hijos, sino que irse a África a vivir con los animales sin miedo.
Para sus charlas, Jane tiene un libreto más o menos establecido: suele comenzar con una broma sobre Tarzán, al decir que se “casó con la Jane equivocada”. Así se asegura las risas de los asistentes (y lo ha hecho en talk shows con Ellen DeGeneres y Jimmy Kimmel). Lo vuelve a hacer ahora, y el público chileno se ríe. La repetición de su historia levanta una pregunta: ¿Si todo lo que dice en la charla, que es una suerte de resumen de su vida con énfasis en su trabajo en Tanzania, es archiconocido por cualquiera que esté medianamente familiarizado con su trabajo, por qué la gente aún tiene interés por pagar una entrada para escucharla? Los tickets a la charla se agotaron en menos de 24 horas y valían entre 48.000 y 175.000 pesos.
Para la politóloga y activista ambiental Pamela Poo, el “fenómeno Jane” en Chile se explica por una falta de sentido arraigada en la comunidad ambientalista desde el fracaso del proceso constituyente. «En ese momento, mucha gente dijo ‘hasta aquí llego’, y se retiraron. Me da la impresión de que desde entonces falta un referente, alguien a quien mirar, y recibir un bálsamo al corazón en torno al compromiso medioambiental. Jane Goodall tiene eso», explica Pamela.
Según ella, Jane inspira a seguir adelante y viene a ratificar que las organizaciones ligadas a la defensa del medio ambiente son necesarias. “La charla tiene que ver con recaudar fondos para el Instituto y en esos momentos aparece el compromiso de la comunidad”, dice Poo. Una comunidad chilena que, en el caso de la doctora, se caracteriza por venir de organizaciones conservacionistas, enfocadas en áreas protegidas o en especies nativas, y de un rango etario mayor del que, probablemente, a la misma Jane le gustaría. “Ella es un referente para personas de más de 40 años, que veían cuando chicos National Geographic”, explica Poo, lo que se evidencia en la charla con la escasa presencia de jóvenes.
El evento también se produce cuando cada vez se escucha más hablar de padecimientos sociales como la ecoansiedad, solastalgia y ecodepresión, producidos por la sobreexposición a informaciones catastróficas que pueden hacernos creer que todo está perdido: la crisis climáticas, los incendios, la deforestación, la sequía, entre otros. Una reciente encuesta mostró que 45% de los chilenos ha tenido síntomas físicos y/o emocionales debido a la preocupación por el medioambiente.
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Para el documentalista René Araneda, creador del Jane Goodall Institute en Chile, el “fenómeno Jane” es relativamente nuevo. No se sabía mucho de su obra en 2012. Para muchos, ella era la que descubrió que los chimpancés utilizaban herramientas.
Para entonces, ella jamás había visitado Chile.
Todo cambió cuando René estaba en Inglaterra presentando una idea para un documental y asistió a una charla de Jane; compró uno de sus libros y pidió que se lo autografiara.
—¿De dónde eres? —le preguntó ella.
—De Chile —contestó Rene. Jane miró a su asistente y le dijo:
—No tenemos el Instituto en Chile, ¿no es cierto? Toma el contacto, dale su correo.
René no la conocía, así que no tenía cómo saber que ese contacto, en apariencia efímero, conduciría a algo.
Una semana después, le llegó un correo de la asistente de Jane, con una invitación a un evento de la Sociedad Zoológica de Londres, bajo la organización de Roots & Shoots. Compró el pasaje y volvió. Araneda jamás imaginó que Jane aprovecharía la instancia, con un público de dos mil personas, para anunciar que próximamente se inauguraría el programa en Chile, de la mano de él. «Eso es muy Jane: ella te motiva a hacer cosas. Yo no recuerdo haberle dicho que lo haría, pero en ese momento sentí la presión de que tenía que hacer algo al respecto. Sentí que me dio el peso de la responsabilidad», dice él.
A René le sorprendió que Jane, una celebridad del mundo de la conservación, mundialmente aclamada, que siempre camina con un séquito de admiradores a su alrededor, tuviera tanto interés en expandir su trabajo a Chile. De hecho, a la mañana siguiente del evento, ella le pidió que se reunieran nuevamente.
En 2013, buscó apoyo y aunó fuerzas con Diego Tabilo y Alfredo Ugarte para reunir los fondos para traer a Jane a Chile y dar inicio a Roots & Shoots, un programa educativo que impulsa proyectos que concientizan sobre la empatía y el respeto por todos los seres vivos, y que cuenta con 700.000 participantes en 60 países. En Chile, el programa se realiza de forma online y presencial y está abierto a niños y niñas, que realizan proyectos enfocados en temas medioambientales y comunitarios, como por ejemplo campañas para ayudar a animales callejeros o para la creación de huertos verticales a base de botellas de plástico.
Se dice que Jane olfatea, busca aliados, le gusta hacer puentes y expandir su legado.
En noviembre de 2015, Jane volvió a Chile y se creó formalmente el Instituto, que tiene por objetivos trabajar por la conservación de las especies y su ambiente y educar en torno al desarrollo sustentable. «Cuando ella visita un país, se da el tiempo de dejar cartas que escribe a mano a las personas que toman las decisiones. Siempre trata de meter presión, pero de buena manera», dice René.
Actualmente, el Instituto es dirigido por la médica veterinaria Alexandra Guerra, que conoció a Jane en 2011, mientras terminaba una tesis sobre conducta de chimpancés en Chile. Una de sus principales actividades es el Día de la Fauna Chilena, evento gratuito que se desarrolla desde 2014 y que tiene por objetivo relevar la importancia de la fauna chilena a través de actividades educativas con niños, niñas y jóvenes. Según el sitio web oficial del Instituto, a lo largo de todas sus versiones han participado más de 300 organizaciones y han asistido más de 10.000 familias.
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“Hubiera estudiado cualquier animal”, dice Jane enfática, mientras repasa sus años formativos en tiempos en los que se creía que solamente el ser humano era capaz de crear herramientas y pensar racionalmente. En ese entonces, no tenía grado académico y se desempeñaba como secretaria, trabajo que le servía para ahorrar dinero. Al cumplir 26 años, bajo encargo del famoso antropólogo Louis Leakey, viajó a Gombe, Tanzania, a investigar a chimpancés salvajes. Según ella, él la eligió porque creía que las mujeres eran mejores observadoras que los hombres, y que ella, en particular, al no tener formación académica, estaría libre de sesgos y podría ser un aporte para sus investigaciones.
“Gradualmente, se fue aceptando que nosotros, los humanos, no estamos separados del mundo animal, sino que somos parte de él. Y es por eso que traigo conmigo estas criaturas”. Jane se refiere a Rati, uno de sus animales de peluche. Explica que la mayoría cree que las ratas son seres inmundos, cuando en realidad, según ella, son los humanos los que contribuyen con su basura a que las ratas se multipliquen y se transformen en un problema sanitario. Es un truco de Jane: transmutar ingeniosamente un punto de vista o un prejuicio sobre algún asunto, y usarlo a su favor. Escoge sus palabras cuidadosamente, como quien sabe que depende enteramente de ellas para avanzar en sus objetivos. Es demasiado astuta, más, seguramente, de lo que ella misma reconoce.
Uno no puede evitar preguntarse cuántas veces Jane Goodall ha contado esta misma historia y si acaso no se aburre de hacerlo. Y, sin embargo, por instantes pareciera que la cuenta por primera vez. Su relato, que se asemeja a un cuento para niños lleno de moralejas, invita constantemente a la reflexión.
En su charla biográfica, que va alternando los principales hitos de su vida, Jane recuerda las críticas que recibió del mundo ambientalista cuando se sentó en la misma mesa que los investigadores que sometían a los chimpancés a estudios experimentales, práctica que ella buscaba erradicar, pero a través del diálogo. Su posición le ganó detractores, como el prestigioso científico experto en chimpancés de la Universidad de Cambridge, Peter D Walsh, quien la acusó de contribuir a la extinción de estos animales a causa del virus ébola. La doctora se opone a la experimentación invasiva y lesiva con chimpancés y otros primates, lo que según Walsh es necesario para salvarles la vida.
Otros la han criticado por antropomorfizar a los animales, poniéndoles nombres. Ella se ha defendido diciendo que es “arrogante” pensar que somos diferentes de los chimpancés. También hay quienes argumentan que la postura de Goodall de jamás experimentar con animales puede ponerle fin a programas científicos destinados a ampliar y mejorar el conocimiento básico de la sociedad e incluso salvar vida: desde los efectos tóxicos de los vapores de los cigarrillos electrónicos hasta la seguridad de las nuevas vacunas, pasando por la comunicación entre neuronas y los mecanismos de resistencia al estrés.
Así y todo, hay quienes defienden que se puede aprender mucho de la doctora: “El diálogo, ponerse de acuerdo, especialmente en un país donde si uno dice blanco el otro dice negro y cada uno defiende su metro cuadrado. Jane Goodall permite eso: encontrar puntos en común, porque jamás la vas a ver discutiendo con alguien, la vas a ver luchar por lo que siente correcto, pero siempre convenciendo, no discutiendo”, afirma René Araneda.
Eso se nota: Jane conecta a través de lo emocional y desde ahí avanza hasta lograr una comunicación efectiva. Es estratégica.
Ya al final de la charla, Jane sale del libreto: pide que, por favor, apaguen las “luces fastidiosas” que enceguecen sus ojos y que además le provocan un dolor de cabeza. Lo dice amablemente, con humor. Queda claro que entre más natural es su entorno, más cómoda se siente.
Quizá extraña la luz natural del bosque.
Fotos: Cortesía del Jane Goodall Institute en Chile