(*Emilia Trabucco/ Especial Motor Económico) La violencia y el terror aparecen en el centro del debate público en Argentina, y con mayor fuerza hace algunas semanas.Se destacan algunos hechos que aparecen desconectados en la nebulosa de la “opinión pública”, y además, son trastocados en su sentido más profundo, donde los victimarios, o los verdaderos responsables, se posicionan como los abanderados de los valores que ellos mismos atacan y destruyen. Un fenómeno logrado por un entramado de poder que se ha identificado como la ultraderecha “neofascista”, que opera con fuerza en toda la región, donde destaca el papel de Javier Milei y el rol de los poderes económicos ligados a las empresas tecnológicas.
Una visita de diputados de La Libertad Avanza, democráticamente electos, a los principales genocidas de la útlima dictadura militar en la cárcel de Ezeiza; un proyecto de indulto a quienes cometieron los peores crímenes contra la humanidad; la intención de modificar la ley de Seguridad Interior para militarizar los territorios y volver las Fuerzas Armadas contra un pueblo organizado acusado de terrorismo, la aprobación de la Ley Bases y el Paquete Fiscal y el desmantelamiento de las políticas de géneros se combinan de manera perversa en medio de una profunda crisis económica y social que asfixia a un país donde el 60% vive bajo los índices de pobreza.
El malestar social, la impotencia y la incertidumbre son capitalizados por una estrategia perfectamente orquestada y amplificada por las redes sociales, donde circulan mensajes de odio con una velocidad inusitada, direccionados para construir chivos expiatorios, culpables de “los males de la sociedad”: así es como aparecen las categorías de “terroristas”, “kirchneristas”, “comunistas”, “feministas”. Nada nuevo bajo el sol, pero con elementos inéditos por la centralidad que asume el terreno digital en la disputa, absolutamente controlado por los dueños de las plataformas (que nadie elige), pero con apariencia de ágora democrática y libertad de expresión, que instala una neblina cuyo modo de existencia parece escapar a nuestra comprensión.
La declaración de Victoria Villarruel, vicepresidenta, expresa el cinismo: “los que defienden terroristas, ponebombas, son los mismos que se hacen los defensores de las mujeres mientras me insultan, degradan y ultrajan verbalmente”. Obviamente, la derecha instrumentaliza los errores o las conductas de quienes se dicen parte del proyecto popular, y con ayuda de la guerra mediática, vienen las generalizaciones, la estigmatización y finalmente, el hostigamiento y la persecución.
La vuelta del fascismo al control del Estado en este siglo, inaugurado por la presidencia de Mauricio Macri y profundizado por Javier Milei vino directamente a intentar destruir la reserva moral e histórica del proyecto popular, apuntando al corazón mismo de su programa: derechos laborales-justicia social-, derechos humanos y derechos de las mujeres y diversidades. Según Marin, las tareas de la guerra no tienen necesariamente como meta exterminar a su enemigo, sino lograr su desarme (1979).
El problema reside en poder visualizarlo desde el campo popular, en medio de la neblina provocada por un nuevo escenario de guerra multidimensional, que ya no necesita el exterminio físico (no exclusivamente). Se abre entonces la pregunta sobre la capacidad de articular una respuesta contundente contra la ofensiva de un fascismo que parece haber aprendido de sus errores, avanzando contra las tres grandes consignas que articulaban con claridad el programa de las mayorías en el siglo XXI a partir del kirchnerismo.
¿Qué sucedió entre la masiva movilización en mayo de 2017, que logró derrotar el “2×1”, el fallo de la Corte Suprema de Justicia para reducir las penas y liberar a condenados por crímenes de lesa humanidad, y la actual respuesta ante la visita de diputados de La Libertad Avanza a los represores en la cárcel común de Ezeiza y la circulación de un proyecto de indulto? ¿Qué pasó entre el exitoso enfrentamiento popular que derribó el intento de avanzar con la reforma previsional y laboral en 2017 y la aprobación de la Ley Bases y el Paquete Fiscal en 2024, con 35 detenides y finalmente, la plaza semivacía? ¿Y entre el primer paro feminista a Macri en 2016 y la eliminación del Ministerio de las Mujeres con Milei?.
Una pandemia con el consecuente aislamiento social, y un gobierno elegido por mandato popular para hacer frente al macrismo, que no cumplió con las expectativas de sus representades, son parte de las respuestas. En medio de la avanzada violenta del gobierno actual, la irrupción mediática de la denuncia por violencia de género contra Alberto Fernández, arroja algunas claves para observar cómo la derecha sabe cómo y cuándo golpear para operar sobre la dificultad de la fuerza popular para recuperar las consignas centrales del programa que logró conducir con éxito su estrategia contra Macri, el primer capítulo del fascismo en el Estado del siglo.
Una espectacularización de la violencia, que parece producir una especie de goce, y que es utilizada, paradójicamente, para golpear sobre los feminismos. Milei habló de la “hipocresía progresista”, y dijo que “la solución a la violencia no es crear un Ministerio de las Mujeres ni contratar miles de empleados públicos innecesarios”. De paso, muchos referentes que se dicen kirchneristas o peronistas, no dudaron de hacer recaer las culpas nuevamente, en una mujer, Cristina Kirchner: “vos lo elegiste”. La salida fácil de los “Poncio Pilatos”.
Su denuncia fue un argumento más para posicionarlo como uno de los peores presidentes puestos en el poder por las mayorías y golpear sobre la fuerza popular. Volvió a circular la foto de la “fiesta en Olivos” en plena pandemia, que los medios reprodujeron al infinito capitalizando la indignación -con sobrados argumentos-de una sociedad que sufría las heridas del aislamiento. Una foto que sintetiza el concepto de “casta”, que La Libertad Avanza utilizó para articular el relato que lo llevó a la victoria electoral a Milei, apoyado en la debilidad con la que llegó el peronismo a la contienda, con Sergio Massa como candidato, hombre que enfrentó a Cristina Kirchner en 2013 y que hoy le garantiza gobernabilidad con su espacio político al gobierno libertario.
Es sabido que la ultraderecha fascista no tiene piedad a la hora de avanzar en sus objetivos, que siempre incluye el uso de la violencia, en sus múltiples expresiones. La gravedad reside en la dispersión que genera la vacilación desde las propias filas del campo nacional y popular, o la especulación en tiempos críticos, donde se debate la instalación de la violencia y el hambre, o la posibilidad de vivir en Paz, tal como lo definió Cristina Kirchner desde México: “unir a la utopía de la justicia la utopía de la paz, la utopía de la paz en la región”.
Elegir el silencio sobre Venezuela también allana el escenario para que la derecha fascista, claramente articulada a nivel regional -y donde Milei aparece como uno de los principales exponentes-avance con su escalada de violencia represiva sobre aquellos que elijan construir un proyecto político que se le oponga con decisión.
La posibilidad de poder enlazar hechos que a simple vista parecen desconectados, y romper la matriz de opinión que se sustenta en la neblina provocada por el bombardeo en redes sociales se vuelve urgente. Resulta central poder identificar que forman parte de una estrategia digitada por viejos y nuevos actores que se enlazan en los sótanos de la democracia, allí donde es violada la voluntad popular, y desde donde se construyen los relatos que permiten trastocar el sentido común y desarticular el proyecto popular desde las propias filas.
Recuperar las tres grandes consignas del programa de las mayorías es la condición de posibilidad de romper la apariencia democrática y volver a direccionar una fuerza política y social que dio sobradas demostraciones de su capacidad y su voluntad de oponerse con decisión a la violencia fascista, en su objetivo de vivir en Paz.
*Psicóloga, Magíster en Seguridad de la Nación. Analista de la Agencia NODAL en Argentina. Directora del Área de Universidad, Género y Trabajo del IEC-CONADU.