por Alejandro Malowicki, director de cine,fotoperiodista y docente
Tirado en la vereda, contra la pared, boca arriba y con su rostro girado a la izquierda. Adivinando sus ojos cerrados por su cara tras sus piernas flexionadas y sus rodillas que se tocan con levedad una al lado de la otra. Y ni siquiera cubierto por algún rincón de la calle de la ciudad. Así, a la intemperie absoluta contra una pared que sobre su cabeza exhibe un mural decorativo, duerme profundamente a pleno día de una tarde fría, un chico que desde hace 10 u 11 años vive una existencia miserable. Otro chico, seguramente de la misma edad que segundos antes me vio sacarle una foto me dice: ¿es lindo no? Lo miro sin entender a qué se refiere y le pregunto ¿qué?, me señala el mural: ¿es lindo no? Guardo mi cámara y mientras me alejo me pregunto que cómo es posible que a un pibe -que al parecer tenía la misma edad- le llamara más la atención el mural que el niño que yacía tirado a sus pies. Quizá porque son tantos sus encuentros con niños, niñas, familias e individuos sin techo que duermen en las calles que ya no le sorprende ese cotidiano encuentro con la miseria,