( Por Matías Caciabue y Solange Martínez*)
El escenario geopolítico mundial se ha visto sacudido una vez más por las tensiones en Medio Oriente. Sus implicaciones se reflejan, como un eco, en los posicionamientos de los países latinoamericanos. Respuestas que, sin dudas, están influenciadas por narrativas geopolíticas más amplias, como la construcción retórica del “eje del mal” por parte de Estados Unidos, así como también expresan la adhesión generalizada al concepto de América Latina y el Caribe como una zona de paz, asumido en 2014 en el marco de la CELAC.
El sábado 13 de abril, la República Islámica de Irán lanzó un ataque contra Israel. El mismo se planteó como respuesta anunciada al ataque que el Estado de Israel lanzó sobre una sede diplomática iraní en Damasco, la capital de Siria, el pasado 1 de abril. Esto provocó la muerte de altos mandos militares de la Fuerza Quds, una división especial de los Cuerpos de la Guardia de la Revolución Islámica (CGRI).
El escenario de fondo es el de la intervención militar israelí en Gaza, tras la denominada Operación “Tormenta de Al-Aqsa” del pasado 7 de octubre, una acción militar de Hamas en unidad con toda la resistencia palestina a los años de humillación, violencia y muerte de Israel en sus territorios. Con el marco de justificación en los rehenes que la resistencia palestina tomó en su repligue hacia Gaza, Israel inició un ataque que destruyó toda la infraestructura crítica de Gaza (caminos, hospitales, centrales de agua potable y energía), y barrió con un bombardeo indiscriminado todo el norte de Gaza, un espacio cercado y cerrado de 10km de ancho por 40km de largo donde viven más de 2 millones de palestinos y palestinas. Sobre el ataque israelí, impulsado por el sionismo extremo del primer ministro Benjamín Netanyahu y su coalición de gobierno, pesa una denuncia por genocidio en la Corte Internacional de Justicia, impulsada por Sudáfrica y apoyada por más de 50 países.
Las repercusiones latinoamericanas
En América Latina, fueron varios los mandatarios que se pronunciaron en favor de una resolución pacífica del conflicto y de la intervención imparcial de organismos multilaterales para ese fin. Entre ellos México, Honduras, Venezuela, Brasil, Bolivia, Chile y Colombia.
La alarmante posibilidad de que recrudezca la violencia en la zona no parece convenirle a la actual administración de los Estados Unidos, muy preocupada en su proceso electoral. “En lo que estamos centrados, en lo que está centrado el G7, y de nuevo se refleja en nuestra declaración y en nuestra conversación, es en nuestro trabajo para rebajar las tensiones”, declaró el Secretario de Estado Antony Blinken en una conferencia de ministros de Relaciones Exteriores de países industrializados celebrada en Italia por estos días.
El gobierno de Brasil, a través de un comunicado, manifestó su preocupación por el lanzamiento de drones y misiles por parte de Irán hacia Israel e instó a todas las partes implicadas a actuar con moderación, pidiendo a la comunidad internacional que movilice esfuerzos para evitar una escalada del conflicto. Luego de haber sido declarado persona no grata por Israel y las repetidas tensiones con el sionismo por su denuncia permanente del genocidio palestino en curso.
Colombia llamó a consultas a su embajadora y se manifestó en contra de la escalada de tensiones en la región. El presidente Gustavo Petro, además, solicitó a la ONU una reunión de emergencia y abogó por la paz en Oriente Medio. Por su parte el presidente boliviano, Luis Alberto Arce, reafirmó el compromiso de su país de convertir el mundo en una zona de paz y expresó que la guerra es el peor camino para resolver conflictos internacionales. La Secretaría de Relaciones Exteriores de México, Alicia Bárcena, manifestó su preocupación por el ataque y advirtió sobre los posibles costos humanos de dicha acción. Mientras tanto el gobierno venezolano, a través de su canciller, Yván Gil, expresó su preocupación atribuyendo la situación de inestabilidad a la irracionalidad del régimen de Israel y la inacción del Sistema de Naciones Unidas.
En las antípodas de estos posicionamientos por la paz, tenemos a Argentina y Ecuador. La Casa Rosada, con su estrepitoso posicionamiento, ha adoptado en palabras oficiales una “nueva política exterior que se basa en la defensa de los valores de Occidente y en una visión común del mundo en defensa de la vida, la libertad y la propiedad privada”. Condenando de manera contundente el ataque de Irán, el gobierno argentino considera al Estado de Israel como un baluarte de los “valores occidentales” en Medio Oriente, y aseguró que su país siempre estará de su lado frente a quienes “pretenden su exterminio”.
Ahora bien, todos parecen condicionados de una u otra forma para evitar ser colocados –según la retórica de la Nueva Doctrina de Seguridad Nacional norteamericana- del lado malvado del eje. Desde su formulación por el presidente George W. Bush en 2002, el concepto del “eje del mal” ha servido para identificar a ciertos países como amenazas a la paz y seguridad internacionales debido a su supuesto apoyo al terrorismo y sus programas de armas de destrucción masiva. Esta retórica ha sido utilizada por Estados Unidos para justificar intervenciones militares que devinieron en genocidios a cuenta gotas, como por ejemplo el sirio, y medidas coercitivas unilaterales contra un conjunto de países en Medio Oriente o el Caribe, creando divisiones, exacerbando la crisis social en los territorios intervenidos y escalando tensiones a nivel global.
El paquete incluyó inicialmente a Irak, Irán y Corea del Norte como principales actores. Posteriormente, otros países como Cuba, Libia y Siria fueron agregados a esta lista en 2002 por el otrora subsecretario de Estado, John Bolton. En el contexto latinoamericano, este discurso también ha sido aplicado como parte de la estrategia de control territorial. Venezuela, Cuba y Nicaragua fueron designados en 2018 como la «troika de tiranía» por el asesor de Seguridad Nacional de Estados Unidos, John Bolton. Esta designación que fue acompañada por la imposición de medidas unilaterales y amenazas de penalizaciones, principalmente comerciales para ahogar las economías de estas naciones.
El marco de lectura está claro, para el rol que juega, por ejemplo, la ministra de Seguridad de Argentina, Patricia Bullrich, quien durante una entrevista televisiva el 16 de abril, señaló la presencia de miembros de Hezbolá en Bolivia y Chile. La presunta presencia de 700 miembros iraníes que estarían vinculados a la Guardia Revolucionaria en Bolivia, añaden una capa adicional de complejidad a la situación. Bullrich sugiere que esta presencia, sumada a la alianza entre Venezuela e Irán y la cercanía de grupos como Hezbolá en la triple frontera (Argentina, Brasil, Paraguay) genera un escenario de preocupación para la seguridad en la región.
Sin embargo, es importante considerar que América Latina y el Caribe han sido históricamente promotores de la paz y la cooperación internacional. La región ha sido reconocida como una zona libre de armas nucleares y ha impulsado iniciativas de desarme y no proliferación. Además, ha defendido el respeto al derecho internacional y la solución pacífica de conflictos, abogando por ello desde sus cancillerías hasta en los bloques regionales que se fueron conformando a lo largo del tiempo, como el Mercosur, la CELAC, la UNASUR y el ALBA.
Atravesamos tiempos turbulentos en la reconfiguración del orden global. Focos de la guerra tradicional, híbrida y de carácter multidimensional pintan el mapa. En nuestra región, los estados de sitio y las declaraciones de guerra interna contra el narcotráfico se vienen imponiendo desde los gobiernos neoconservadores, que avanzan alineados al proyecto estratégico angloamericano y sionista. Si bien Israel mantiene relaciones diplomáticas plenas con todos los países de Centro y Sudamérica y de la región del Caribe, excepto Cuba, Bolivia y Venezuela, se volvió evidente el aumento de los enfrentamientos diplomáticos con ese país, proliferando los llamados a consultas de embajadores y los reclamos ante organismo internacionales.
El sionismo es hoy una de las terminales políticas de gobiernos latinoamericanos de la ultraderecha. Elementos sionistas emergen en los entramados institucionales de los gobiernos de Argentina, Ecuador y Paraguay, así como en las fuerzas sociales y políticas que sostienen los proyectos del bolsonarismo en Brasil y del pinochetismo “democrático” en Chile. Esta ideología política, surgida a fines del siglo XIX en el auge del nacionalismo europeo, devino en un proyecto político en América Latina que juega como un promotor de la desintegración regional latinoamericana. No tanto por lo que promueve el Estado de Israel en la región, como por lo que los actores sionistas locales impulsan en las agendas políticas domésticas. Esto abre la necesidad de visualizar con mayor nitidez sus actores, sus posiciones, sus mecanismos, y su red de influencia en el arco político, económico y estratégico latinoamericano y caribeño.
La situación general que profundiza las condiciones para la militarización de la sociedad civil y la ruptura de los acuerdos democráticos, tanto en materia nacional como internacional debe preocuparnos. La pregunta es si será Nuestramérica tierra fértil para abonar el aumento de las tensiones bélicas o se fortalecerá un bloque regional que apueste insistentemente por la paz. El camino es el emprendido por las posiciones diplomáticas de México, Honduras, Brasil, Venezuela, Cuba y Colombia. Con sus propios pesos específicos, estos países resguardan los procesos de integración y unidad continental, mientras rechazan ante la comunidad internacional la injerencia extranjera y la escalada en el conflicto armado internacional, con epicentro hoy en Medio Oriente.
*Caciabue es Licenciado en Ciencia Política y docente universitario (UNAHUR). Martínez es Investigadora del CEIL Manuel Ugarte (UNLa), conductora de Esquina Amèrica, por radio Megafon UNLa. Ambos son analistas argentinos del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)