En los últimos días rondan muchas hipótesis que sostienen que «esto estalla» porque el ajuste no da para más. Sin embargo, hay algo peor que un estallido: una implosión.
(Por: Emiliano Gullo y Nahuel Sosa ) ¿Y esto cuándo estalla? Cuánto más pueden aguantar los barrios populares, donde tienen que elegir -en el mejor de los casos- si almuerzan o cenan. ¿Y la clase media? ¿Cuánto más va a seguir sosteniendo a este presidente? Un estallido es un momento disruptivo que condensa un proceso político, económico y social que supera un límite. Es distinto a una revolución ya que no supone, necesariamente, un cambio estructural del modelo vigente o una subversión del orden. Un estallido genera las condiciones para que se sinteticen demandas insatisfechas y cobren un sentido político que luego se materialicen en transformaciones.
Tampoco es que sucede todo en un día D. Como la erupción de un volcán, que puede carburar durante años antes de que la lava brote a la superficie, previo al estallido hubo revueltas, tensiones, focos de conflictos y crisis. El año 2001 marcó un punto de inflexión en la historia argentina. Las fechas 19 y 20 de diciembre están impregnadas en la memoria colectiva, es imposible disociarlas: las cacerolas, el helicóptero, las balas de goma y la Plaza de Mayo.
Pilar Calveiro (politóloga, doctora en Ciencias Sociales) sostiene que las memorias son un ejercicio y que no pueden ser neutrales. Pero sí pueden ser funcionales o resistentes al poder. En este caso, el estallido del fin del gobierno de De la Rúa provocó una resistencia que hasta el día de hoy sigue influyendo, especialmente cuando se trata de enfrentar políticas de ajuste a los sectores medios y a los sectores populares. El gobierno de Milei aceleró los tiempos en todos los aspectos. Políticas de ajustes brutales, discursos de odio permanente, violencia política en ascenso y una comunicación política basada en los ataques a cualquier opositor son parte del repertorio cotidiano de esta nueva etapa.
Por eso, no es casualidad que cobre cada vez más fuerza la pregunta: ¿ Hasta cuándo se puede aguantar esto? En principio, muchos consideran probable la hipótesis de una explosión en el corto y mediano plazo. Es lógico el planteo si se tiene en cuenta que en la historia de América Latina -tanto en el siglo XX como en el XXI- los estallidos no son una excepción. Por el contrario, han sido parte de las consecuencias que suelen dejar este tipo de políticas económicas y sociales. No obstante- y acá la paradoja- pueden incluso no suceder en este escenario y que las formas de resistir sean sectoriales, segmentadas, sin capacidad de perforar el muro simbólico que, al menos por ahora, recubre y protege el núcleo central de la derecha mesiánica. Este domo de cristal en el que la sociedad está hoy encapsulada se sostiene en las narrativas del sacrificio individual.
Es, en un punto, una agudización de la perversidad del sistema. Si en los noventa el discurso era “el Estado no funciona”, ahora el mismo sintagma termina con “y no deja que yo me pueda sacrificar”. Y ahí la pieza que completa el sistema mesiánico. Porque una persona no se convierte en el mesías sólo con un acto de voluntad. La capacidad del mesías reside en detectar reclamos y necesidades que palpitan -subrepticias- en el tejido popular y convencerlas que para esos problemas sólo él- el mesías- tiene la respuesta. No se trata de un apoyo al plan de ajuste sino de casi una necesidad ferviente de ser ajustado. De ser sacrificado. Un mito griego. Suéltame, Estado, deja que me pueda tirar al barranco. Los dioses valorarán mi heroicidad. Por eso la advertencia durante la campaña por el balotaje no funcionó. Cuidado, vienen por nuestras escuelas, por nuestros salarios, por nuestra salud, por nuestra industria, por nuestra memoria. Todo hay que sacrificarlo. “Sólo si matas a tu hija, la marea se calmará y podrás navegar hasta Troya. Eso pide Poseidón”, le dijo su sacerdote al rey Agamenón, cuenta Homero en La Ilíada. Y el rey de Micenas obedeció.
Pero la lava que no encuentra salida para emerger no se extingue. Hoy estamos frente a la contracara de un estallido, que es una implosión. Y aquí sucede lo contrario. No hay síntesis, no hay descarga colectiva. Hay un proceso interno de fragmentación total, de violencia social y de violencia política. Esta situación conlleva a una guerra de pobres contra pobres, de descomposición de la democracia y de una incertidumbre generalizada. No está claro que camino puede tomar ni cuánto puede durar. Las frustraciones se vuelven moneda corriente y se canalizan en el otro. Y ese otro es un adversario construido por la propia extrema derecha como una amenaza, es el culpable del deterioro. Es el kuka, el planero, la feminazi, la runfla, la casta, el gobernador feudal, los diputados Así, es lo mismo un desocupado que un legislador. Ambos son la casta porque casta es todo el que cuestiona al elegido. Casta es, siguiendo la teoría del mesías, el hereje. ¿Y qué se hacía con los herejes?