Javier Tolcachier
Los habitantes de las zonas rurales la conocen bien y se cuidan mucho de acercársele. Si bien la ciencia ha explicado a la “luz mala” como una combustión espontánea de gases que produce iridiscencias, los pobladores saben que se trata de un alma en pena que vaga por el campo y las lagunas sembrando temor. Ante su aparición, los lugareños recomiendan decir una oración y morder la vaina del facón[1]…
Pero la luz mala ha excedido los límites de la imaginería popular, trasladándose al escenario político. Los más recientes casos pueden verse con claridad meridiana en Argentina y Ecuador.
La nación sureña vive hoy una pesadilla, que amenaza, de consolidarse el virulento ataque corporativo nacional y transnacional que representan las medidas del actual gobierno, con arrasar con derechos conquistados durante una centuria, robando además gran parte del acumulado social colectivo.
Ante la previsible y justa reacción de los sectores organizados y de una parte creciente de la clase media, la alianza derechista promete acorralar cualquier tumulto con multas, cárcel y bala. Asimismo, negocia votos en el Congreso con una parte del otrora gallardo partido radical, vertiente degradada de las luchas obreras de principio de siglo, para darle una pátina de legitimidad a sus tenebrosos propósitos de expolio.
En Ecuador, el panorama social se ha desmadrado. El narcotráfico y la delincuencia común destrozan hoy la imagen de convivencia pacífica – también antes relativa aunque algo más contenida – que el país ha ofrecido al turismo, una de sus principales fuentes de ingreso junto al petróleo.
El gobierno del novato Noboa, también representante del gran capital al igual que Milei, ha decretado el estado de conflicto armado interno. La estrategia de guerra, respaldada incluso por la oposición, deja entrever similitudes con la emprendida por Nayib Bukele en El Salvador. El listado de bandas criminales dado a conocer no incluye ni por asomo a los medios de comunicación hegemónicos, a las empresas evasoras de impuestos o al capital beneficiado por el programa neoliberal del gobierno provisorio, todos ellos co-responsables de la situación de angustia que vive el pueblo ecuatoriano.
Agudos analistas señalan que en realidad se trata de una zozobra provocada para evitar que, tal como sucedió en el 2019, una nueva asonada popular dé por tierra con el proyectado saqueo. Esos observadores puntualizan que el llamado a la “unidad nacional” tiene como uno de sus objetivos restar protagonismo a la oposición política y así logre perpetuar a un gobierno endeble más allá de los meses legalmente previstos para su mandato a consecuencia del cese del anterior presidente, el banquero Guillermo Lasso (pero no de sus políticas).
La también continuista línea de adicción y dependencia a la venialidad injerencista de los Estados Unidos de América habilita el ingreso de tropas y consejeros estadounidenses al país, como ya ocurrió en el vecino Perú – donde el depuesto legítimo presidente Castillo enfrenta una posible condena de 34 años de prisión – alimentando el cuadro las sospechas de una conspiración programada.
Es la misma luz mala, conocida también como “los faroles de Mandinga”, que penetra en los intersticios de una soberanía fallida y una democracia fingida. Mientras tanto, el diablo anda suelto.
Mandinga y sus faroles
Mandinga[2], uno de los tantos nombres del diablo, sabe encarnar en los más diversos personajes y adoptar los más variados nombres para cumplir su nefasta misión de pervertir la convivencia y los buenos modales.
Y esa tarea no respeta fronteras, continentes, ni culturas. Así es como luego de sus destructivas andanzas en Irak, Libia o Siria, por solo mencionar las de este siglo, a Lucifer, autodenominado portador de la luz democrática, líder y señor de los demonios, se le ocurrió continuar recogiendo para provecho propio los fragmentos del otrora bloque soviético. Apoyó a estos fines una revuelta contra un gobierno envilecido a las puertas del Oso ruso, el que tras ser traicionado en las promesas de no ver extendida la OTAN hasta sus mismas fronteras, reaccionó invadiendo las regiones adyacentes.
Así volvió la guerra a suelo europeo, sembrando nuevas discordias entre pueblos hermanos – especialidad de la casa de Belcebú – y revitalizando una alianza militar que había perdido toda razón de ser, si es que acaso cualquier asociación bélica puede tenerla.
Enzarzado en su contienda geopolítica con el Dragón asiático y sintiendo el próximo final de su hegemonía económica y cultural, el Águila enhebró nuevos pactos siniestros. Bordó acuerdos en el área cercana a China con el Reino Unido y Australia (AUKUS) e intentó algo similar en Medio Oriente con la Cumbre del Néguev, en la que el Secretario de Estado de la administración Biden, Anthony Blinken, se reunió con los cancilleres de Israel, Marruecos, Egipto, Emiratos Árabes Unidos y Bahréin, con el declarado propósito de formar un frente político y militar contra Irán.
No podía tolerar “el Maligno” el acercamiento fraterno entre dos facciones del Islam enfrentadas históricamente, los persas chiitas y los suníes del reino saudita –, contacto mediado nada menos que por el archirrival chino – y mucho menos el ingreso de ambos al club de los BRICS, convertido hoy en la Meca del multipolarismo. Por lo que el controvertido hegemón anglosajón vio conveniente atizar los enfrentamientos en la zona.
Así se cobraría nuevas víctimas el drama del pueblo palestino, amenazado una vez más por Israel con su expulsión territorial o su genocidio. A pocos kilómetros de allí, ante las acciones de fuerza en el mar Rojo del gobierno yemenita hutí, apoyado por Irán al igual que el movimiento Hamás, la respuesta del eje anglosajón fue un bombardeo directo a sus costas, dando así continuidad a la agresión que la población de este país sufrió desde su propio Norte (Arabia Saudita), apoyada por la misma “comunidad internacional” de siempre.
Absurdos bélicos de mentes envenenadas por el odio y el temor, que no solo se llevan millares de vidas, sino que provocan catástrofes humanitarias de proporciones gigantescas, cuyas huellas luego son muy difíciles de curar.
La insensata pretensión de dominio mundial unipolar adopta así en la actualidad la táctica de presentar numerosos focos de batalla, con la intención de conformar una suerte de OTAN mundializada, pero con actores locales, en una especie de guerra mundial simultánea pero fragmentada.
Falta de referencias, el vértigo de la violencia y las ultraderechas
Pero los fuegos fatuos, como se ha denominado a efectos similares a los de la luz mala, también pueden verse en otras pampas, bosques y tundras. Almas en pena sobran. Sumergidos vastos conjuntos humanos en miserables condiciones de vida, manipulados por ideologías de consumo y éxito individual pero sin perspectiva alguna de cambio de situación, el discurso de odio hace estragos, envenenando la atmósfera social y política.
A lo que se agregan rasantes transformaciones que han disgregado a las comunidades y terminado de extirpar cualquier punto de referencia, creando una sensación generalizada de incertidumbre, confusión y sinsentido personal y social.
En esa niebla, en ese pantano fétido, encuentran adhesión popular las luces mortecinas de engreídos fantasmas del pasado, que ven llegada la hora de liderar con sus hordas fanáticas y sus propuestas alucinadas.
Así es cómo, desde las entrañas de la crisis social emergen en los distintos puntos del planeta y en las más diversas culturas fuerzas recalcitrantes, que llegan a tomar preponderancia electoral. Se trate de vástagos de los antiguos fascismos como la actual premier italiana o el hijo del dictador Marcos en las Filipinas, sea un magnate racista como Trump, conservadores tradicionalistas como Modi o Erdogan, derechistas como Orban y Netanyahu o fundamentalistas religiosos como los reinantes en Arabia o Persia, abundan los ejemplos de esta correntada de identitarismos radicales, cuyo correlato es la exclusión violenta del diferente.
Muestra de esto es también el triunfo de Geert Wilders en Países Bajos, el ascenso de partidos de ultraderecha en Suecia, Finlandia o España, incluso en la pujante Alemania, en la que a pesar de su doloroso y criminal pasado nacionalsocialista, aparece hoy en las encuestas como segunda fuerza nacional la Alternativa para Alemania, un partido de extrema derecha que cosecha sus adhesiones desde el rechazo a la inmigración, a la Unión Europea y al Islam.
Todos estos elementos reactivos muestran características de un fin de ciclo institucional, económico y político, de un sistema sin respuestas a las necesidades de los pueblos.
Las luces buenas
No hay noche más oscura que la que precede al amanecer, reza una metáfora muy conocida, cuyo significado es sembrar la esperanza en tiempos difíciles. Por su parte, la oftalmología explica que en la oscuridad, la dilatación de la pupila es vital para que llegue más luminosidad a la retina. La historia, por último, enseña que las utopías, poco razonables o lógicas cuando las aguas están calmas, son las que terminan prevaleciendo en tiempos de inestabilidad.
Así, hay que poder mirar los destellos de luces incipientes, que no ocupan el centro del escenario. Aunque parezcan esfuerzos fútiles condenados al fracaso inmediato, son esos tenues fulgores el antecedente de los potentes faros que iluminarán el futuro.
Esas lumbres indican hoy la necesidad de dejar atrás una cultura exclusivamente materialista y objetal e invertir esfuerzos en simultáneo en la exploración y desarrollo de la interioridad humana. Un despertar de la conciencia, un salto similar al que la humanidad experimentó con el manejo del fuego, con el avance de las ciencias, en la inspiración artística o con la elevación espiritual, debe acompañar todo esfuerzo paralelo por lograr condiciones de vida digna para toda la especie.
Porque no se alcanzará la igualdad de oportunidades en un planeta injusto, no se acabarán las guerras, la violencia en cualquiera de sus formas, ni tampoco la depredación medioambiental sino varían los parámetros internos que guían la vida de las personas.
No habrá mayor empatía ni colaboración posible entre los pueblos, no habrá mejores políticas si los excluidos comparten valores similares con los opresores. No podrá acometerse un futuro radiante con una pesada mochila de enconos, rencores y deseos de revancha. La mujer y el hombre nuevos deben surgir mientras propugnan el cambio social.
De allí que es tiempo de vibrar más alto y acometer una revolución integral con profundo sentido humanista, una revolución que rechace toda forma de violencia y discriminación y alumbre un nuevo sentido de la vida que tenga como ejes de conducta la coherencia entre el pensar, el sentir y el actuar y una irrestricta solidaridad. “Nada por encima del Ser Humano y ningún ser humano por debajo del otro” es la consigna para estos tiempos, en los que las sociedades no podrán tomar nuevos rumbos, sino se modifican las actitudes y las motivaciones de vida de los conjuntos sociales.
Porque para cambiar, hay que cambiar.
(*) Javier Tolcachier es investigador en el Centro Mundial de Estudios Humanistas, organismo del Movimiento Humanista, y comunicador en la agencia internacional de noticias Pressenza.
[1] Del portugués y español “faca”, cuchillo, utilizado por los gauchos para matar y cuerear animales y como arma de pelea.
[2] Mandinga deriva de Manding, nombre geográfico y gentilicio de un pueblo que habita en el África occidental. Es el idioma hablado por millones de Mandinga en Malí, Senegal, Gambia, Guinea, Costa de Marfil, Burkina Faso, Sierra Leona, Liberia, pero en español, principalmente en las zonas rurales de América, adonde el nombre llegó traído por esclavos africanos, es el nombre del diablo.