- Del Golpe en Chile al genocidio en Camboya a las bomas y el napalm sobre Vietnam, durante los años de plomo un mismo superhalcón le dio su forma actual a la política exterior de EEUU. Kissinger fue asesor de 12 presidentes. En 1973 recibió el Nobel de la Paz. Según sus víctimas, debía ser juzgado como criminal de guerra.
Como entrevistadora, Oriana Fallaci fue la más famosa de Europa. La periodista italiana disparaba a quemarropa. En 1972 su primera pregunta para Henry Kissinger en la revista L’Europeo fue: “¿A usted la paz no le gusta ni un poco, no ?”. El Nobel de la Paz 1973 (del año siguiente) respondió: “La paz por la paz nomás, no. Yo pacifista no soy”. Y el guerrero frío, que sin embargo fue un sex-symbol para la heterosexualidad de su tiempo, enfrentó sin titubear la ametralladora verbal. “’¿Qué es la guerra? Virilidad. Yo me siento viril como un cowboy”. “¿El poder? Un instrumento para poder hacer cosas espléndidas”.
A este hombre demasiado famoso, demasiado demasiado importante, demasiado bien escuchado, lo llamaban Superman o Superstar. También Superkraut. Súper repollo, súper chucrut. Porque Heinz Kissinger había nacido en Alemania, y en 1938 había llegado a EEUU huyendo de la persecución antisemita del nazismo. En 1954 había defendido su Tesis en Ciencia Política y Relaciones internacionales ante la Universidad de Harvard.
Llámame Doctor
Por haberse ganado el título máximo que otorgan las universidades, el inmigrante alemán de origen judío, que nunca habló inglés sin un espeso acento siempre favorito de los parodistas, se hacía llamar Doctor. Siempre se lo llamó así, Dr Kissinger. Recién a partir de su muerte se ha iniciado el tránsito a Henry Kissinger. Este trato elitista y jerárquico era algo inusual en el poder y sociedad norteamericanas, algo casi más único que raro. En toda la historia de EEUU, sólo dos presidentes han alcanzado títulos académicos de posgrado. Dos demócratas: el Dr Woodrow Wilson y el Dr Barack Obama.
El tema de investigación histórica del cual Kissinger se había ocupado en su intensa pero extensa Tesis había sido el Congreso de Viena de 1815. En aquel congreso celebrado con buen éxito en el corazón de Europa, todas las monarquías y noblezas continentales se reunieron por invitación del Imperio austríaco. Ya había sufrido ese mismo año el emperador francés Napoleón Bonaparte una derrota definitiva en la batalla de Waterloo cuando sus tropas enfrentaron los ejércitos al mando del duque de Wellington.
Desde un congreso en la Viena absolutista hasta unos misiles de La Habana castrista
El gobierno en la capital austríaca estaba en manos del primer ministro, el conde Metternich, que tenía armado un plan geopolítico para restaurar el absolutismo y evitar que jamás volvieran al poder ni los bonapartistas ni mucho menos republicanos. Para conservar la cohesión internacional, decía, hay ser realistas. El realismo, la Realpolitik, se convertiría también en lema y guía de la acción política para Kissinger. Democracia, DDHH, siendo deseables, quedaban subordinados a la razón de Estado. Era un sistema de áreas de influencia -proponía Metternich en el Congreso- el que realmente garantizaría la seguridad interior y la armonía internacional de losá
En esta doctrina de áreas de influencia exclusivas y reconocidas por cada superpotencia a la otra en el ámbito global, y por cada potencia a las otras en el medio local, que Kissinger vio la clave de una coexistencia pasable entre EEUU y la URSS en tiempos de Guerra Fría. La doctrina reconocía y admitía la existencia de intereses estratégicos de las grandes potencias que se extendían más allá de las fronteras jurídicas del Estado. Más allá, pero los intereses estratégicos debían ser observados con un respeto no menor al que se prestaba dentro de los límites legales y geográficos de la soberanía de los Estados.
Desde Cuba hasta Ucrania, el espejo que se rompe en el camino
En la crisis de los misiles de 1962, Cuba, como Estado independiente, tenía derecho a colocar misiles soviéticos en su territorio. Pero eso iba en contra de los intereses estratégicos de EEUU. Los gobiernos de La Habana y de Moscú debían retirarlos. Si no, la reacción de Washington sería violenta, y habrían quedado a las puertas de una guerra nuclear. Fidel Castro y Nikita Kruschev entendieron lo que les comunicó la administración de J F Kennedy, hicieron un acuerdo, y retiraron los misiles.
El caso de la actual guerra en Ucrania no habría sido diferente, llegó a escribir el entonces todavía nonagenario Kissinger. Habría bastado con que Ucrania abrazara la neutralidad y renunciara para siempre a su aspiración a integrarse a la OTAN, el club de las potencias militares de Occidente. Ex república socialista soviética, soberana e independiente desde hace tres décadas, Ucrania tiene -en abstracto-, según afirma Kissinger, el derecho a integrarse en cualquier asociación multilateral. Incluso a la OTAN. Pero una integración ucraniana a la OTAN está en contra de los intereses rusos según los entiende en el Kremlin el presidente ruso. Era cuestión de abstenerse, dice Kissinger, y no habría el más de medio millón de muertes que ya hay, ni los millones de desplazados y migrantes que también ya hay.
Uno, dos, tres Vietnam
De 12 presidentes Kissinger fue el asesor. Pero de dos fue Secretario de Estado, es decir, canciller, ministro de RREE, jefe del servicio diplomático. Dos republicanos: Nixon y Gerald Ford. El primero holgado vencedor de dos elecciones presidenciales consecutivas con los votos de la ‘mayoría silenciosa’; el segundo, vicepresidente ascendido a la presidencia después de la renuncia de Nixon una vez revelado el caso Watergate (la Casa Blanca había ordenado una red de funcionarios y particulares para espiar la sede del partido Demócrata en Washington).
En los años 1968-1976, hasta que el demócrata Jimmy Carter dio un lugar axial a los DDHH en su programa electoral y en su cción de gobierno, el Dr Kissinger continuó ordenando en Vietnam el bombardeo sistemático desde el aire y en tierra las tropas respetaban cada día menos el derecho de la guerra y el debido cuidado a la población civil. Mismo bombardeo en el sudeste asiático, en Laos y Camboya, hasta lograr que en Phnom Penh se instalara la dictadura del Khmer Rouge, cuyo prolijo genocidio manual de casi un millón de personas evitó así lo que temía EEUU, la participación camboyana en la guerra vietnamita.
El 11 de septiembre de 1973 el golpe de Estado del general Augusto Pinochet derrocó en Chile el gobierno de la Unidad Popular (UP) que presidía el socialista Salvador Allende. A preparar el Golpe, a financiarlo, a ejecutarlo, a prolongar en el tiempo una sangrienta dictadura colaboró Kissinger desde la Secretaría de Estado en Washington. Esa franca colaboración clandestina que prestó a las dictaduras latinoamericanas, aun a aquellas que dudaban en nacer, nunca la escatimó, auxiliado por la CIA y el Pentágono, a las dictaduras del Magreb y el Cercano Oriente, del África subsahariana –llamada entonces África negra- y en Asia del sudeste.
AGB