Hasta hace poco Javier Milei se conformaba con dar una pelea cultural contra el Estado a través de sus performances cargadas de “incorrección política” en televisión y teatro. Pero este año decidió entrar en política, un mundo que odia. Pablo Stefanoni, que analizó las articulaciones locales y globales entre libertarismo y derecha en su libro “¿La rebeldía se volvió de derecha?”, traza el perfil de un referente de los centennials antiprogres.
Por: Pablo Stefanoni/ Arte: El Charlee
Publicado el 19 de marzo de 2021/ ANFIBIA
—Soy anarcocapitalista de largo plazo y minarquista de corto.
Es noviembre de 2018 y las ideas de Javier Milei, y sobre todo su jerga, suenan tan exóticas como el personaje que las pronuncia. El economista, que se haría conocido por su tono enérgico, mezcla ideas de la Escuela Austriaca con un léxico “políticamente incorrecto”. El entrevistador repite los dos términos -“minarquista” y “anarcocapitalista”- y le pide que los “traduzca”.
—La idea es minimizar el Estado, y el cero es parte del conjunto de la solución. Minarquista es que el Estado solo se ocupe de seguridad y justicia. Y anarcocapitalista que, cuando la tecnología lo permita, se lo elimine. Incluso en temas como seguridad y justicia. Todo sería de dominio privado.
Milei explica que hoy la tecnología ya permitiría, por ejemplo, privatizar las calles. El GPS podría indicar los posibles caminos y costos. Los conductores podrían decidir el precio a pagar en función del estado de las calles. Además, cada quien se encargaría de su calle y eso sería una fuente de ingresos. Una ciudad llena de peajes invisibles.
Su rechazo al Estado es tal que para mostrarlo suele plantear una disyuntiva radical:
—Si yo tuviera que elegir entre el Estado y la mafia, me quedo con la mafia. Porque la mafia tiene códigos, la mafia cumple, la mafia no miente. Y, sobre todas las cosas, la mafia compite.
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Durante el primer año de la pandemia, Milei participó de las protestas anticuarentena en las calles de Buenos Aires, junto a los “pibes” libertarios y un conjunto variopinto de la derecha vernácula. En las manifestaciones, en congresos, en la mesa de Mirtha Legrand y en duelos con panelistas de televisión repitió una y otra vez:
—En realidad, no hay pandemia, lo que está generando el desastre es la cuarentena “cavernícola” del gobierno.
Llegó a decir que las restricciones eran un “crimen de lesa humanidad indirecto”.
Hasta 2020, el economista pensaba que bastaba con dar una pelea cultural. Pero luego cambiaría de opinión. Y su creciente presencia pública lo llevó a “meterse” en el mundo político que odia.
—Vos podés dar mucha batalla cultural pero si no hay una opción electoral de las ideas de la libertad estás muy complicado —justifica.
Cree que las viejas fundaciones liberales no pudieron horadar la piedra ni siquiera en los noventa, cuando el viento parecía soplar en las velas de los liberales; más bien, cree que esas fundaciones hicieron que la gente odie las ideas liberales. Llama resentidos y fracasados a los “dinosaurios de la vieja era” que querían mantener al liberalismo limitado a una pequeña élite. Dice que la pelea se podría dar por la vía revolucionaria pero que “las armas las tienen ellos, el Estado”. Por eso se decidió a candidatear a diputado por el frente Avanza Libertad y “dinamitar el sistema desde adentro”.
En los últimos cinco años, Milei se transformó en un habitué de los medios y en una figura identificada con su pelo revuelto –dice que abre la ventanilla del auto y lo peina la “mano invisible” del mercado– y con una inédita cruzada libertaria. No es la primera vez que economistas liberales se vuelven visitantes asiduos a los estudios televisivos. Hay una larga lista: “el capitán ingeniero” Álvaro Alsogaray, Domingo Cavallo, Roque Fernández, Ricardo López Murphy marcaron épocas y lucharon por la captura del sentido común social en favor del libre mercado. Pero en todos los casos apelaron a formas convencionales de búsqueda de respetabilidad y de legitimación intelectual. Hoy José Luis Espert amaga con la “incorrección política” pero sin cruzar el Rubicón. Milei, por el contrario, decidió apelar al uso de armas no convencionales, dar sus batallas en nuevos territorios y combinar su trabajo como economista “serio” con el de “mediático” -esas figuras que permanecen en los medios no tanto por lo que dicen sino por cómo lo dicen-. Con él, la “sangre” está garantizada.
Milei se considera un “inesperado error de tipo II de la Matrix colectivista”: “cuando hacés todo mal y te sale todo bien” o, dicho de otro modo, cuando no suena la alarma y debería hacerlo. “Soy un economista matemático, un liberal en un país de zurdos, tengo todos los elementos para ser odiado”.
El economista es el responsable de la llegada del libertarismo, en su variante de derecha, a un país como la Argentina, donde el consenso keynesiano es bastante extendido. De manera sorprendente, esas ideas están en los talk shows de la tarde, en programas de actualidad estilo Intratables o en audiciones del espectáculo. Así, pudimos ver a Milei explicándole a Moria Casán que sus ideas “son aún poco extendidas incluso en el mundo de los economistas”, o discutiendo a los gritos con la modelo y presentadora Sol Pérez. Rara vez polemiza con pares; más bien suele elegir adversarios no especializados para armar un combate en el que él tiene el monopolio del conocimiento y sus contrincantes son gente que “no sabe” o directamente “burra”, “políticos ladrones” o “keynesianos brutos”. Aparece, entonces, como un Rambo que dispara su metralla contra cualquier estatista que ose levantar cabeza y sentencia que la justicia social es una mierda, un robo de los políticos a los exitosos para darle a los fracasados; un reparto de la guita de otros. En lenguaje Milei: “Cualquiera es puto con el culo ajeno”.
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Hoy Milei es un referente para muchos centennials libertarios, sobre todo varones, por su defensa encendida de las virtudes del capitalismo. Tiene más de 400.000 seguidores en Twitter y más de 600.000 en Instagram, llena teatros y salas de conferencias y festejó su cumpleaños número 50 en una plaza con centenares de asistentes.
El rostro del economista, reproducido al estilo Andy Warhol, ilustra las tapas de cuadernos y agendas: en Mercado Libre se pueden comprar incluso caretas con su rostro. Sus frases célebres se volvieron leyendas de remeras -como“Flojito de datos como todo peroncho”- y los debates, en los que “demuele” a sus contendientes, se viralizan con avidez en la blogósfera antiprogresista.
—Soy una máquina de generar zócalos televisivos —fanfarronea.
Para Milei, la Argentina es un “país infectado de socialismo”, casi irrecuperable, por eso le aconsejaba a los jóvenes sub-30 que “la salida es Ezeiza”. Pero eso cambió desde que saltó a la política en septiembre de 2020 apoyado por los “pibes” del Partido Libertario. Ahora recorre las plazas de todo el país junto a José Luis Espert y Luis Rosales y, megáfono en mano, como antes lo hacía la izquierda, agita llamando a una insurrección liberal-libertaria. La verdadera grieta es, dice, entre los que pagan impuestos y los políticos chorros.
Aunque su estilo escandaliza a los viejos liberales, él apuesta a hablarle a los jóvenes, entre ellos los militantes del Partido Libertario, uno de los grupos ubicados a la derecha del Pro que buscan su personería. Pero también a muchos otros que llegan al economista por videos de Youtube y creen que hoy ser rebelde es ser antiprogre. Ellos no sólo no se asustan sino que festejan las performances de Milei, que logró que el término libertario rime con derecha. El economista les recuerda con desprecio a quienes cuestionan sus formas que antes los liberales “cabían en un ascensor y sobraba espacio”, mientras que hoy se puede ser liberal y estrella de rock.
—En un país tan zurdo ser rebelde es ser liberal. Van chicos de 15 o 16 años a las fundaciones liberales y dicen “soy liberal de Milei”. Ven que gano los debates en televisión. Me valoran los datos, la lógica, las ideas y las pelotas: voy de frente; primero doy una base moral a mi argumentación y después te reviento a datos.
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Milei llega puntual, vestido con chaleco y parca de cuero, todo de negro, a la entrevista pactada en el Starbucks del Abasto, a pocas cuadras de su casa. Convive con cinco mastines. Estamos en julio de 2019 y todavía tiene la marca de cuando intentó separarlos y terminaron mordiéndolo en el brazo.
A poco de entrar, un grupo de jóvenes le pide una selfie. “Hago entre cinco y diez por día”, dice con naturalidad mientras echa varios sobrecitos de azúcar al latte. La larga conversación tiene el estilo Milei: una mezcla de economía dura sobre óptimos de Pareto o la neutralidad del dinero y continuos golpes de efecto retóricos que en general terminan con algún insulto antikeynesiano.
Estudió Economía en la Universidad de Belgrano contra la opinión de su padre, un propietario de empresas de colectivos “hecho desde abajo” que quería que fuese contador. En esa época era arquero de las inferiores de Chacarita y formaba parte de la banda de rock Everest, que hacía covers de los Rolling Stones. Le gusta contar esas experiencias; lo muestran como alguien con calle y lo colocan en un lugar singular en el mundo de los economistas, en especial de los liberales. Fuera de los espacios elitistas que estos solían habitar. Y de hecho, los pibes que lo siguen son de clase media e incluso de clase media baja.
Decidió su carrera al observar los efectos de la hiperinflación de 1989 y a los 20 años escribió su primer paper: “La hiperinflación y la distorsión de los mercados”.
–El hijo de puta de Alfonsín decía que un poquito de inflación estaba bien y terminó con 5.000%; keynesiano del orto. ¡La gente se abalanzaba literalmente sobre las mercaderías en los supermercados! –Milei sube el tono, no importa dónde esté, como cada vez que hace referencia al economista británico amigo de Virginia Woolf.
En los 90, dictaba clases de Microeconomía en la cátedra de Javier Finkman en Económicas de la UBA. Fui uno de sus alumnos cuando cursaba mi licenciatura. En ese entonces Milei era un neoclásico aún veinteañero enamorado de la “competencia perfecta” y una especie de genio precoz de la economía matemática. Hoy sigue siendo un defensor de la formalización de la economía pero ya no adhiere a los modelos de equilibrio general; ahora es un convencido seguidor de las ideas de la Escuela Austriaca de economía, en la que sobresalen los nombres de Ludwig von Mises y Friedrich Hayek. Es, en todo caso, un austriaco sui géneris: los austriacos rechazaban la formalización matemática, de la que Milei no parece dispuesto a desprenderse.
Fue en los años 2010 cuando un librito del economista Murray Rothbard, un neoyorquino que radicalizó las ideas de la Escuela Austriaca y fue muy activo en el mundo libertario estadounidense, le “partió la cabeza”. El texto de menos de 150 páginas es “Monopolio y competencia”.
–Cuando terminé de leer a Rothbard dije: ‘Durante más de 20 años estuve engañando a mis alumnos. Todo lo que enseñé sobre estructuras de mercado está mal. ¡Está mal!” —el tono vuelve a subir.
Ahí Milei cayó en la cuenta de que los argumentos neoclásicos contra los monopolios no tienen sustento y que “la competencia perfecta –que promueve esta escuela de pensamiento– es tan estúpida que termina por no haber competencia en absoluto”. Para Rothbard, por el contrario, los monopolios no son malos en sí mismos, e incluso pueden ser buenos si son producto de la acción emprendedora; son nocivos, por el contrario, si son creados por el poder del Estado.
—Los primeros mejoran la relación calidad precio; por eso los emprendedores son héroes, benefactores sociales —dice Milei, con un dejo que remite a la obra de la filósofa Ayn Rand y sus empresarios-superhombres. Los segundos se derivan de la acción de “políticos ladrones que se ponen de acuerdo con empresarios prebendarios para joderle la vida a consumidores y trabajadores”.
Luego de este hallazgo, Milei se compró “veinte libros” de los austríacos. De la mano de los textos de Rothbard, dio un paso más y en los últimos tiempos comenzó a presentarse como un anarcocapitalista.
—Mi enamoramiento del capitalismo es una historia de amor en tres capítulos —suele repetir.
Esa tríada que lo enamoró se compone de productividad –“los países libres son ocho veces más ricos que los reprimidos”–; justicia –“cuando mirás la distribución del ingreso quién carajo sos para decir que es injusta; el capitalismo es moralmente más justo que cualquier otro sistema” – y estética –“basta ver los edificios de Cuba, parecen un queso gruyere; todo lo lindo en La Habana es previo al comunismo”–.
Su relación con la facultad de Córdoba y Junín nunca fue buena. Dictó también la materia Dinero, crédito y bancos con su ex socio y amigo Diego Giacomini. Pero cree que ahí no hay espacio para las “ideas de la libertad” —Todo lo que está fuera del espectro de Keynes a Marx es pecado— por eso, dijo una vez, no puede tener una cátedra ahí. Y por eso también la llama “la Keynesianera”.
—Es una fábrica de marxistas y keynesianos brutos. En la UBA decís Mises y creen que es el 9 de Holanda.
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—Vengo de Liberland, una tierra creada por el principio de apropiación originaria del hombre. Una tierra de 7 kilómetros cuadrados entre Croacia y Serbia, un país donde no se pagan impuestos, un país donde se defienden las libertades individuales, donde se cree en el individuo y no hay lugar para colectivistas hijos de puta que nos quieren cagar la vida.
Es febrero de 2019 y Milei llega vestido de superhéroe a la Otacon Party, un festival de otakus y aficionados al animé en Buenos Aires. Fue introducido por la cosplayer e influencer libertaria Lilia Lemoine. “Con el #GodEmperorAncap @javiermilei sembrando el amor por la libertad en la juventud!”, escribió en una foto que publicó en Instagram. El economista se animó a un Karaoke de su “ópera” antikeynesiana “Gastar, gastar y gastar”. Los organizadores se incomodaron con la politización del evento, pero descubrieron tarde la identidad del economista detrás del disfraz del “capitán Anarcocapitalista Ancap”, cubierto con un atuendo amarillo y negro, antifaz y tridente.
A falta de experiencias libertarias realmente existentes, Milei apela a este proyecto de microestado utópico en Europa Central que captura la imaginación de los libertarios. “Fundada” en 2015 por el empresario checo Vít Jedlička, quien se declaró presidente de esa “república” en las orillas del Danubio, el proyecto busca tomar cuerpo en una tierra de nadie entre los Estados croata y serbio bajo el lema “vivir y dejar vivir” y el sistema blockchain, la tecnología que está detrás del bitcoin y las criptomonedas. Por ahora, en la República Libre de Liberland no vive nadie.
Esta idea de crear territorios liberados del Estado no es la única: están los “libertarios de alta mar”, que apuestan a construir colonias libertarias en aguas internacionales; un proyecto alentado por el Seasteading Institute, entre cuyos fundadores está Patri Friedman, nieto del premio Nobel de economía Milton Friedman, un economista admirado por Milei. El instituto cuenta con el apoyo de Peter Thiel, el fundador de PayPal. Y los hay que ven en el Estado fallido somalí un experimento para verificar las ventajas de la ausencia de Estado.
—Mi misión es cagar a patadas en el culo a keynesianos y colectivistas —arenga Milei a su ejército imaginario de otakus.
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El Milei mediático dice ser el producto de dos consejeros: Mauro Viale, uno de quienes mejor manejó la figura del talk show en Argentina, y Eduardo Eurnekián, uno de los empresarios más ricos del país. El primero lo asesoró cuando comenzaba a hacerse conocido en televisión: “tenés un round, tres minutos; en el primer minuto tenés que dar una piña de knock out”. El segundo lo contrató como economista y lo obligó a ser extremadamente breve y preciso en sus informes. En esas dos facetas –de mediático y economista “serio”– transcurre la vida de Milei.
—Tomá un personaje de Puccini, sacalo a la vida real y ese soy yo —se autodefine.
Siguiendo el consejo de Viale, se puso los guantes de boxeador. Su salto televisivo fue en Animales sueltos, conducido por Alejandro Fantino, en 2016. Milei cuenta la gran cantidad de zócalos que “metió” esa noche y dice que fue trending topic a nivel mundial. En ese programa llamó “basura general” a la Teoría general del empleo, el interés y el dinero de Keynes, un clásico de la economía, y desplegó su faceta de “demoledor de keynesianos” en su faceta increíble Hulk.
—Yo ese libro lo leí cinco veces, ¡cinco veces! –insistió–. La gran mayoría de los economistas argentinos no lo leyó ni una vez. Es un panfleto dedicado a la corporación política. Keynes era parte de esa corporación…
Su participación en Animales sueltos mereció una reseña en Clarín espectáculos titulada: “Javier Milei: el economista del peinado raro”. Fue una especie de bienvenida como figura mediática.
De ahí saltó a otros rings televisivos donde se mueve como pez en el agua, como un superhéroe de las “ideas de la libertad”, como “el Mozart de la economía”. En las discusiones de panelistas no duda en agraviar a sus adversarios como burros, zurdos ignorantes, o directamente, “mierda keynesiana”.
En los estudios televisivos el economista suele usar el término key-ne-sia-no –pronunciado con una calculada cadencia de voz e infinitas modulaciones– para descalificar adversarios ideológicos y presentar al británico como un villano de la economía. Está orgulloso de haber convertido el término keynesiano en sinónimo de “chorro”. “Keynes era un genio… pero un genio del mal”, sintetizó en una conferencia académica. Un genio que, de todos modos, “no sabía nada de economía”.
Estas intervenciones contrastan con el contenido, lleno de fórmulas, de sus libros, como Otra vez sopa: maquinita, infleta y devaluta o Libertad, libertad, libertad, ambos escritos con Giacomini, con quien terminó violentamente enemistado tras su salto a la política. Milei presenta sus libros en teatros a sala llena de todo el país en los que cobra entrada. Y además tiene una obra que, cada tanto, se vuelve a poner en cartel: “El consultorio de Milei”.
—Te felicito Milei. La verdad que ese Keynes era un hijo de re mil putas —dice que le gritaron en la puerta de su edificio al día siguiente de aquella entrevista en el programa de Fantino, en 2016.
—Ahí sentí que había ganado.
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—“Marquitos Peña, la puta que te parió… Marquitos Peña, la puta que te parió”.
Es más de medianoche de un sábado de marzo de 2019 y en un teatro del centro porteño un público de casi 400 personas canta efusivo contra el entonces jefe de gabinete de Mauricio Macri. En el escenario está Milei, que levanta las manos para alentar a su público a ir contra quien identifica como el más keynesiano del gobierno macrista. Él no duda en llamarlo socialista.
La imagen tiene algo de ceremonia pentecostal. Incluso hay un diablo a exorcizar: Keynes, siempre Keynes. En la obra, que cada tanto vuelve a algún teatro de Buenos Aires y en 2019 se presentó en la Costa, el economista devenido actor hace el papel de un psicoanalista de la economía, de ahí el nombre del espectáculo: “El consultorio de Milei”. Para el público es una salida de sábado: parejas de jóvenes, curiosos de ver en persona al economista estrella del momento, simpatizantes de las ideas libertarias que quieren escuchar discursos contra los políticos (“parásitos adoradores de la religión Estado”), los impuestos, los empresaurios (empresarios que viven del Estado) y la decadencia argentina.
Milei llega al escenario envuelto en una bandera de Gadsden -emblema de la revolución estadounidense hoy utilizado por los libertarios argentinos en sus actos-. Suena la música de “Una bandita indie de La Plata”. Milei es el “único que nos puede salvar del socialismo apocalíptico”, tal como lo definió Xiro, el líder de la bandita de “punk capitalista”, que le dedicó una canción.
A la mierda los malditos empresaurios /A la mierda sodomitas del capital /basta de basura keynesiana /ha llegado el momento liberal.
Tenemos un líder, y él es un gran referente/ que al Estado siempre logra incomodar/ Javier Milei futuro presidente /Javier Milei el último punk.
En la austera coreografía, un sencillo consultorio psicoanalítico, se destacan algunos retratos que constituyen el panteón liberal-libertario. John Locke, Milton Friedman, Murray Rothbard, Ludwig von Mises y Friedrich Hayek… y el propio Keynes. El porqué de su presencia se develará pronto: allí recibirá “en persona” los gestos obscenos que le lanzará Milei.
Con Karina Milei, su hermana, en el elenco, y la cantante Daniela, su entonces pareja, en el público en cada función, el economista lee la mayor parte del guión que mezcla economía dura mechada con festejados ataques a los políticos. Se trata de crear el escenario para una lucha de héroes libertarios contra antihéroes colectivistas partidarios de la justicia social.
“El consultorio de Milei” termina con el economista insultando y destruyendo, con un palo de hockey, un Banco Central de utilería que baja sobre el escenario. El Banco Central, para Milei, corporiza todos los problemas de la Argentina. Si hay una retroutopía libertaria en el país, ella remite a una Argentina en la que aún no existía banco central. En particular, a una supuestamente imaginada por Juan B. Alberdi, bajo la que se concretó el “milagro argentino”. Y si hay una causa es la lucha antiimpuestos: “evadirlos debería ser un derecho humano”, suele decir cuando le preguntan si quiere una factura. Dice que quiere ser presidente del Banco Central para cerrarlo.
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Su ex amigo Giacomini no le perdonó el salto a la política de la mano de Espert: “Estás arruinando todo lo que hiciste y el sistema te va a devorar”, profetizó.
En esta entrada en política, Milei volvió a sintonizar con Rothbard, que inventó una nueva articulación de libertarismo y derecha a la que bautizó “paleolibertarismo”. Rothbard quería un libertarismo sin hippies. Creó una corriente separada del libertarismo clásico estadounidense y le gustaba presentarse como un “reaccionario radical”.
Por eso Milei pudo acercarse a figuras como Agustín Laje y ya no vacila, como antes, en definirse de derecha. Combate al ya fantasmático Foro de San Pablo, defiende a Trump, se declara “celeste” en relación al aborto y dice que hay cosas de Vox, el partido de extrema derecha española, que “le parecen interesantes”.
Mientras tanto, la bandera de Gadsden puede ser enarbolada por “masas” libertarias en Plaza de Mayo, se puede discutir en los medios si sería mejor cerrar el Banco Central y aparecen en escena nuevos guerreros del capitalismo que no llegan a los veinte años. Milei se va convirtiendo en un referente libertario más allá de nuestras fronteras, en países como Bolivia, Colombia o Chile. Es un producto de exportación, como ya lo es Laje, para las derechas latinoamericanas en busca de referentes intelectuales antiprogresistas.
El salto a la política es, sin duda, un salto con riesgo. Las peleas de egos, los faccionalismos y las diferencias ideológicas dividen a este espacio sin estructuras y lleno de microemprendimientos. La última foto de la unidad, en la que no estuvo Milei, aunque dijo adherir, mostraba a muchos dinosaurios. Por otro lado, el agresivo activismo de Patricia Bullrich, posiblemente la única figura del Pro suficientemente popular en esta galaxia como para pescar libertarios y afines, les puede complicar las cosas. Y todos temen las traiciones y los saltos al macrismo.
Pero Milei confía en que hay un público cansado del Pro que está dispuesto a votar a una derecha de verdad. Y que su consigna “Viva la libertad, carajo”, impulsada por su propia popularidad, se traducirá en una montaña de votos que sorprenderá a la “corporación política”, que será una “función exponencial”. Como asegura uno de los numerosos memes que lo proyectan como héroe absoluto:
Javier Milei es economista y arquero. Por lo tanto, es el único que puede atajar la piña que se va a dar la economía argentina. Sépanlo, zurdes.