Edición Especial / #motorcumple7
( Especiales de Motor/ Gerrardo Codina) Acudimos a las urnas con un escenario político muy fragmentado, en el que a todos los actores les resulta complejo construir mayorías que sean capaces de darle gobernabilidad a un sistema que está tironeado por las expectativas de respuestas urgentes en una enorme cantidad de cuestiones.
La decepción de muchos con las promesas incumplidas de la democracia abrió paso al surgimiento de liderazgos mesiánicos que ofrecen como solución dinamitarlo todo, mientras que las fuerzas populares no son todavía capaces de articular un proyecto nacional deseable y posible en esta época, que brinde respuestas a las necesidades de los sectores más postergados.
Pero, más allá de la coyuntura compleja, como en otros momentos de nuestra historia, afrontamos la necesidad de resolver un rumbo colectivo que consolide la misma existencia nacional autónoma, amenazada hoy por fuertes tendencias internas y externas disgregadoras. Massa ubica con claridad la necesidad de sacarse de encima el FMI y los condicionamientos de política económica que impone. Pero se trata además de recuperar capacidad de decisión nacional en el manejo y desarrollo de nuestros recursos, como se hizo con YPF y el petróleo.
El caso Vicentín, aunque todavía no está resuelto, fue ejemplificador de un gobierno que no estuvo a la altura de los desafíos que impone la hora y retrocedió apenas el bloque de poder oligárquico trasnacional salió a cacerolear para evitar que el Estado mejore sus controles del principal complejo exportador del país. Allí también se vio, como tantas otras veces, que uno de los obstáculos formidables a superar para proyectar un desarrollo capitalista, es la misma burguesía argentina, que prefiere las comodidades de su asociación subordinada al poder financiero internacional, antes que proponerse como un centro autónomo de acumulación con proyección regional.
Ese rol vacante de una burguesía liderando el desarrollo capitalista, lo ocupó centralmente el Estado en los países de industrialización tardía, como Corea, Taiwán o Singapur. Pero no cualquier Estado, porque sabemos que las agencias públicas pueden ser capturadas por la ideología neoliberal y cooptadas por los intereses trasnacionales. Así nos pasó con la gestión deficitaria de las empresas públicas, que abrió paso y justificó ante la ciudadanía las privatizaciones de los noventas.
Como en el primer peronismo, se requiere de un Estado comprometido en todas sus líneas con el objetivo de afianzar la Nación y asegurar su autonomía. Un Estado profundamente democratizado, en el que la gestión cotidiana de los asuntos promueva la excelencia, como ya sucede en muchas agencias y empresas públicas, como Aerolíneas, la propia YPF o el Conicet. No es casual que propongan su destrucción los mismos personajes dispuestos a considerar los deseos de los ingleses implantados ilegalmente en Malvinas sobre el futuro de nuestra soberanía. Se comportan como agentes de intereses antinacionales extranjeros.
Avanzar en esa dirección siempre fue importante pero ahora lo es más, porque está cambiando el equilibrio de poder en el mundo y estamos inmersos al mismo tiempo en una crisis ambiental de proporciones y en una profunda transformación de los procesos productivos. La inclusión de Argentina en el bloque de poder emergente, asociada con Brasil, espanta a los mismos personajes que imaginan al Estado como un demonio, pero nos brinda la oportunidad de ser protagonistas en el rediseño multipolar del sistema de relaciones internacionales, para defender mejor nuestras posibilidades de desarrollo nacional autónomo, inclusivo e integrado. Pasar a comerciar en yuanes con China, disminuye en la coyuntura las necesidades de dólares para nuestras importaciones, pero también achica los márgenes de maniobra del poder financiero anglosajón.
Poco presente en el debate político nacional, el cambio climático está lejos de ser un invento comunista y ya nos ha afectado de forma severa, con una inédita sequía que arruinó una cosecha y secó nuestro mayor río. Pero sus peores efectos están por venir y significarán la probable inundación de vastas zonas costeras que concentran a nuestra mayor población. Asegurar el futuro de millones implica hacer mucho más para mitigar las consecuencias del calentamiento global y también requiere de un profundo reequilibrio del poder a nivel mundial. Sólo así los países causantes del mayor daño al ecosistema se harán cargo de financiar la remediación de sus efectos en las naciones del sur global.
También la nueva revolución industrial en curso requiere de un fuerte activismo estatal desarrollista, que asegure el acceso a las nuevas tecnologías a todas las poblaciones y la inserción productiva argentina en el mundo con una industria capaz de exportar ideas y trabajo nacional, como ya hacemos con satélites, centrales nucleares y medicamentos. No será una tarea que se agote en cuatro años. Pero si no la emprendemos ahora, puede ser tarde.
Lic. Gerardo Codina