Edición n° 2923 . 22/11/2024

Cortar con tanta dulzura

Por Gabriel Fernández *

Amar es muy bueno; odiar no es tan malo. Contracara ineludible, cualquiera padece situaciones en la vida que lo llevan a vivir sentir alguna de esas pasiones bien humanas. Lo jodido es defender un proyecto antinacional, y a partir de allí desdeñar – odiar a los cercanos, al pueblo que se integra. Hasta hace poco cierta dosis de odio de clase tenía su prestigio. ¿Cómo bregar a fondo, si no, para establecer un orden justo?  Con lo que cuesta. ¿Amando? Y si, también. 

No somos tan buenos, al menos yo no lo soy. Amo a la gente que me acompaña en este transitar por la vida. Afectos, compañeros. Pero no amo a todo el mundo, no amo a cualquier cusifai que anda dando vueltas por ahí. Puedo amar a mi pueblo, pero no a cada uno de sus integrantes hagan lo que hagan y digan lo que digan, porque entonces tendría que bancar a cada salamín que mejor perderlo que encontrarlo. 

En algún momento Cooke apuntó no puedo tomar en cuenta la opinión individual de cada obrero; a veces dicen cada cosa… el asunto es cuando están juntos, organizados en el sindicato, en la marcha, en la asamblea. Añadimos: si alguien quiere sacarte la novia, ¿por qué no tenerle una bronca turbia y, si es posible, surtirlo? El ser humano es así y no está mal. El odio contra el invasor inglés, como en tantos lugares del planeta contra variados opresores, es parte del sentir genuino de las personas.

Este asunto de que nosotros somos el Amor y los otros el Odio tiene el problema del trazo grueso que pretende ignorar algo sencillo: ambos sentimientos están, también, en nuestro interior. Los insultos entre compañeros a través de las redes lo evidencian. Las peleas familiares, las reyertas vecinales, también. Metemos la pata y los demás hacen catrasca. El asunto es sabernos parte de un movimiento que pelea por todos. Eso es otro cantar: si conseguimos un aumento de sueldo, es para el conjunto, aunque esté formado por algunos que en su puta vida respaldaron ese pedido. Es para todos, pero no los amamos como si hubieran compartido la pelea palmo a palmo. Qué tanto. 

El cruce brutal, abajo, de dos volantes que compiten por la posesión, puede denotar amor por la camiseta que llevan puesta, pero en ese preciso momento lo que comanda es la furia para enfrentar al rival. Si no (los que juegan lo saben), vas blando al choque y quedás renqueante. El odio oligárquico contra el peronismo se asienta en los logros concretos obtenidos por el pueblo trabajador y por la concreción de las tres banderas que sintetizan un proyecto. Reducir el asunto a que nos odian porque amamos y nosotros no odiamos porque somos buenos, implica situarnos en un pedestal que ningún humano alcanzó. Seguramente Cristo, fuera de concurso. Aunque quien sabe, porque cuando encontró a los que te jedi en el templo los rajó a patadas.

Yo no pongo la otra mejilla. Si me agredís, andá a cantarle a Gardel. Que se arme la pelotera, en tanto sea posible. Y si no es posible, por la circunstancia que fuera, al menos una buena puteada de esas que no contienen un atisbo de amor hacia el receptor. No es tan difícil ser sincero. No es tan difícil afirmar, como alguna vez hizo un célebre referente social en cámaras, “¡Los odio!” ¿Se acuerdan? Si la franqueza resultó inoportuna –eso es otra cosa, es lectura política- todos nos dimos cuenta de lo que estaba transmitiendo. 

A Cristina le tienen odio porque levantó, junto a Néstor, el Proyecto Nacional. También a muchos sindicalistas y a no pocos organizadores y pensadores populares. Es preciso indicarlo de ese modo, pues si no estaríamos ante un panteón de santurrones que nunca se permitió embestir contra nadie; y eso no existe. Llama la atención la insistencia actual, porque el enérgico Néstor y la combativa Cristina no parecen haber sido moldeados en la arcilla del buenismo ni de la resignación. Perón tampoco. Cuando hay que pelear hay que pelear y no se puede amar al rival que viene a quitarte lo tuyo, a encarcelarte o a torturarte. 

Esto no significa que haya que salir a los tiros por ahí. En ese plano entra a jugar de nuevo la política. Es preciso evaluar qué conviene hacer en cada circunstancia. Pero una cosa es una cosa, y otra cosa, es otra cosa. Si el movimiento nacional se pone firme en la defensa de sus intereses, contagiará a muchos que andan vacilando porque –suponen- con estos buenudos no vamos a ninguna parte. 

Sepan disculpar aquellos que se perciben tan buenos que uno, con sus rabias y sus peleas, los admira desde el averno. 

Puede resultar sano cortar con tanta dulzura. Y recordar algún diálogo romántico:

«-¡Te amo!

-¿Cómo sabes que es amor?

-Es que pienso en vos y no puedo respirar.

-¡Eso es asma!»

• Director La Señal Medios