Por Mariana Vazquez/ Miradas del Sur Global
Esta semana, concretamente el 21 de julio pasado, tuvo lugar la 60 Cumbre de Jefes de Estado del MERCOSUR y Estados Asociados, signada por grandes tensiones entre los Estados Partes, que no han logrado en estos años consensos mínimos sobre cuestiones de evidente urgencia como la forma de enfrentar la pandemia de COVID-19 conjuntamente. Con la ausencia del presidente de la República Federativa de Brasil, Jair Bolsonaro, y tal vez como efecto dominó, de los presidentes de los primeros Estados que se asociaron al bloque, Bolivia y Chile, una vez más la agenda de relacionamiento externo tiño y tensó la Cumbre. Estas diferencias, por cierto, remiten a divergencias más profundas sobre el sentido político y estratégico del bloque.
Sin que esto implique una innovación en relación con los acontecimientos de los últimos años, dos cuestiones hegemonizaron la agenda del semestre conpresidencia pro tempore paraguaya: la propuesta brasileña de una rebaja del arancel externo común del bloque y las acciones unilaterales en este sentido en caso de no ser el país acompañado por los socios; y el nunca novedoso pedido uruguayo de flexibilizar el MERCOSUR, es decir, de poder negociar acuerdos con terceras partes sin consenso. En cuanto al primer tema, en las reuniones que tuvieron lugar en los días previos al encuentro de presidentes pareció alcanzarse un acuerdo acerca de una rebaja modesta en relación con la demanda brasileña original.
En relación con lo segundo, el gobierno uruguayo se niega a aceptar que, más allá de su discurso legalista, la propuesta viola el derecho del MERCOSUR: no sólo la tan mentada norma inferior 32/00, sino el derecho originario, que exige negociaciones conjuntas y, sobre todo, el cumplimiento de la regla del consenso. Las declaraciones del presidente Lacalle Pou en la Cumbre, señalando que se había avisado lo que se iba a ser, se parecen más a planteos cuasi mafiosos del tipo “el que avisa no traiciona”, que no tienen nada que ver con el apego al derecho. Paradójicamente, los manuales de ciencia política sobre estas cuestiones institucionales, urbi et orbis, suelen afirmar que el consenso “protege a los chicos” frente el avasallamientode los más grandes que implicarían procesos decisorios según mayorías.Una vez más, en el reino de las paradojas… lo que reina es el bloqueo de una gran cantidad de agendas, hasta que la agenda dominante no tenga el derrotero deseado, bloqueo que también señalan aquellos manuales…
Para las fuerzas de la región que tienen un pensamiento económico liberal (y esto incluye, vale aclarar en estos tiempos, a varios sectores del Frente Amplio de Uruguay) la integración suele limitarse a intercambios comerciales, sin que se consideren perspectivas que la ven como un instrumento en una construcción política y geopolítica más ambiciosa y de más largo aliento. Esta mirada limitada ha caracterizado a perfiles emblemáticos como Mauricio Macri en Argentina o Paulo Guedes en Brasil. En el realismo mágico vernáculo, no podemos cometer el error de relacionarla directa o necesariamente con actores de derecha. Lo desmentirían las recientes declaraciones del líder de Cabildo Abierto en Uruguay en defensa del MERCOSUR, frente a la eventual ruptura que implicaría un acuerdo de este país con China sin el consentimiento de los socios. Quienes estudian a las “nuevas derechas” y a los “neopatriotas” locales y globales, seguramente podrían dar una explicación más rigurosa de este fenómeno que quien escribe esta nota.
Ahora bien, estas posiciones parecen aún más delirantes (en el sentido clínico del término), un verdadero corso a contramano, en un mundo de crisis de la hiper-globalización, de tendencias al proteccionismo, a la regionalización no sólo por razones económico-comerciales sino de seguridad, de ruptura de las cadenas globales de suministro, de y lo que se ha denominado “el retorno de la geopolítica a la economía internacional”. Para países periféricos como los nuestros la unidad, la planificación conjunta mínima del desarrollo, la fortaleza de posiciones conjuntas en los diversos y cada vez más complejos y disputados escenarios internacionales, ha sido históricamente una urgente necesidad, ergo, aunque no sea compartido por algunos cortesanos, también un derecho.
Más allá de la diversidad de miradas presentes en la región, que configuran el escenario actual del MERCOSUR tanto como las cuestiones materiales, un análisis riguroso no puede dejar de considerar que el bloque cruje por la grieta del relacionamiento externo hace décadas, y que las asimetrías tienen una “historia larga”, en la perspectiva de los tiempos del bloque, cortos para la historia contemporánea (30 años no es nada) pero largos para la historia de la región post advenimiento de las democracias. Un diálogo maduro y renovado a nivel regional no puede dejar de considerarlo.
Por ello, hay un elemento en el análisis del estado actual del MERCOSUR que no puede dejar de considerarse: el MERCOSUR actual es hijo del resquebrajamiento del Estado de derecho y de la institucionalidad democrática en la región. El golpe de Estado en Paraguay en 2012, el golpe contra el gobierno de Dilma Rousseff en 2016, la proscripción de Lula da Silva en las últimas elecciones presidenciales en Brasil, ya un caso comprobado de lawfare, han colocado en el poder a gobiernos contrarios a cualquier proyecto de autonomía y desarrollo de esta región. La balanza entre las fuerzas centrífugas y centrípetas en la región quedó inclinada hacia la fragmentación y la subordinación económica y geopolítica, y ese escenario no tuvo su origen en la voluntad popular. Por supuesto que la materialidad del bloque se ve debilitada por lo menos desde 2011 por cuestiones estructurales más profundas, que la CEPAL ha denominado “ahuecamiento productivo y comercial”, es decir, la pérdida de relevancia del mercado común en el intercambio de sus Estados partes, acompañado por un escaso dinamismo exportador. Esta cuestión clave debe ser abordada urgentemente, pero no niega el hecho que el proyecto más aperturista ha sido fortalecido por las derivas anti-democráticas, y este proyecto aperturista va en el sentido contrario de cerrar las brechas de desarrollo con los países centrales. Este horizonte requiere un Estado fuerte y una inserción económica inteligente y selectiva en cuanto a la administración del comercio exterior, de las posiciones comunes y de la negociación de acuerdos.
El escenario mundial, los cambios geopolíticos y de organización de la producción y el comercio globales, las consecuencias devastadoras en términos económicos, sanitarios, humanitarios, para gran parte del planeta, de la pandemia y del conflicto en Ucrania, requieren un salto cuántico de calidad en el debate de la región sobre la unidad continental, las responsabilidades de cada uno de los Estados y las acciones de gobiernos y organismos colectivos.
¿Responsabilidad sobre qué? Responsabilidad en relación con los pueblos de la región, afectados por la situación global y la miopía política interesada de los gobiernos neoliberales del pasado, así como por la mirada por momentos de patria chica de las fuerzas populares en el gobierno, ayer y hoy. Responsabilidad porque la unidad continental es un derecho de los pueblos negado históricamente a partir del momento en que la nación latinoamericana devino un imposible rompecabezas. Responsabilidad porque el mundo, contra la voluntad de las potencias de ayer y de hoy, necesita urgentemente que esta región devenga un polo que aporte sus dones más valiosos: los ideales de descolonización, paz, igualdad, derechos.
Para las fuerzas políticas y sociales que persiguen un futuro de mayor autonomía, desarrollo, inclusión, estabilidad política y democrática y paz, la defensa de la integración regional al interior de sus movimientos, en cada uno de los países, creemos, debe ser tan relevante como la defensa del propio rol del Estado, aunque por momentos parezca contradictorio y haya que administrar con creatividad política aquellas contradicciones. La clave sin embargo es no perder de vista que, así como un Estado fuerte y presente, la unidad continental es una condición sine qua non para alcanzar aquel horizonte.