(*Emilia Trabucco)
Esta semana se asistió a un nuevo capítulo del presidente argentino construyendo su aparente imagen de “outsider” de la política, o quizás, de líder de la “antipolítica”. A pesar de que ya resulta por demás evidente que no es un outsider sino un representante del establishment, su comportamiento rompe todos los moldes de lo que se espera de un primer mandatario de Estado, hecho que amerita algunas reflexiones en el marco de una profunda crisis diplomática, la número once, -esta vez, con España-, y en un nuevo aniversario del Primer Gobierno Patrio en Argentina, recordando aquel 25 de mayo de 1810.
Javier Milei no logró el esperado Pacto de Mayo con la Ley Bases aprobada, pero lejos de perder centralidad en la agenda mediática, el día miércoles 22 presentó su libro en el estadio Luna Park, protagonizando un show musical frente a 8 mil personas. Una imágen distópica, bizarra, que hace, al menos, preguntarse sobre las profundas transformaciones en las bases democráticas que se gestaban en estas tierras hace más de dos siglos.
Días atrás, Milei realizaba un nuevo viaje con agenda extraoficial, para participar de la cumbre Europa Viva 24, organizada por Santiago Abascal, líder del partido de ultraderecha de España, Vox. Frente a referentes de derecha de varios países, lanzó críticas contra el presidente Pedro Sánchez y su mujer, Begoña Gómez -aludiendo a supuestas denuncias de corrupción- que fueron recibidas por el gobierno como una falta de respeto al Estado y al pueblo español, y que desató la crisis diplomática.
Lejos de bajar la escalada de tensiones, el presidente Milei se negó a pedir disculpas y fue por más, lanzando más de 1000 tuits en las 12 horas que duró su viaje de regreso contra el presidente español y dando declaraciones públicas donde justificó su accionar, tildando a Sanchez de “socialista, personaje siniestro, cobarde y arrogante por creerse el Estado”.
Frente a la actitud del presidente argentino, el gobierno español retiró a su embajadora de Argentina, María Jesus Alonso Giménez. Así lo anunció el ministro de Exteriores, José Manuel Albares, el martes 21: «No existen precedentes de un jefe de Estado que acuda a la capital de otro país a insultar a las instituciones”.
Desde España no descartan impedir la próxima visita del presidente argentino (que según agenda oficial, sería el 21 de junio), e incluso declararlo “persona non grata”. Lejos de bajar la escalada, Milei respondió en la red social X: “veremos hasta donde le llega el totalitarismo en sangre…Aviso, yo viajaré a recibir el Premio Juan de Mariana… veremos si su gran complejo de inferioridad le permite que los liberales españoles puedan galardonarme en persona”.
Claramente, este enfrentamiento público no parece importarle demasiado a Milei, a pesar de que España es el segundo mayor inversor en Argentina después de Estados Unidos, y Argentina, el primer destino elegido por españoles para emigrar. Muy exultante, repite: “Soy el máximo exponente de la libertad a nivel mundial”.
Es interesante observar cómo las concepciones de libertad y totalitarismo cambian de signo, o quedan trastocadas, encarnadas en actores diferentes, si las comparamos con aquellas épocas en que se gestaban las revoluciones en tierras latinoamericanas. Quizás ayude a cambiar las líneas de interpretación, e identificar las contradicciones que se juegan en los tiempos que corren.
Manuel Belgrano, Mariano Moreno, José de San Martín, aquellos protagonistas del 25 de mayo de 1810 y de las Revoluciones: contrariamente a la “historia oficial” construida por Bartolomé Mitre -representante de la oligarquía argentina- su progresismo no era antiespañol, sino antiabsolutista. Había coincidencia de los y las patriotas con las Juntas revolucionarias españolas de 1808, que bregaban por los derechos ciudadanos y repudiaban el autoritarismo, abrazando las banderas de la Revolución Francesa.
Había tanto españoles como americanos y americanas que abrazaban de un lado, las ideas revolucionarias y del otro, la defensa del absolutismo. La opresión no era de un país extranjero sobre otro grupo racial y culturalmente distinto (cuestión nacional), sino de un sector social sobre otro, dentro de una misma comunidad. Esa era la verdadera contradicción, en un mundo que se transformaba estructuralmente.
Trasladandonos a este siglo, puede pensarse en dicha clave los movimientos de solidaridad que se tejen entre los pueblos en todo el mundo. En este sentido pueden pensarse las protestas que protagonizaron las organizaciones, especialmente las feministas, que se manifestaron en España contra las políticas de Milei en Argentina y contra las derechas fascistas del mundo. Esa derecha que, en el plano político, representa los intereses de los sectores económicos concentrados, del mundo financiero y especulador, que están intentando destruir las viejas instituciones para instalar un nuevo orden, que siga respondiendo a su objetivo del lucro.
Hoy, las derechas se asumen defensoras de la libertad, mientras esgrimen discursos reaccionarios y conservadores, y llevan adelante las medidas más antipopulares, antidemocráticas y anti Estado en nombre de la libertad. Claro, de la libertad del mercado. Milei, utiliza además los símbolos patrios, para construir perversamente un discurso que se disfraza de nacionalismo, pero que evidencia un claro proyecto de dependencia a capitales internacionales,.
Y cabe agregar al análisis, la forma en que Milei, en nombre de un falso nacionalismo, utiliza el discurso “antiespañol”, logrando seducir a ciertos sectores del progresismo. Ese antiespañolismo con el que la historia mitrista se encargó de definir, falsamente también, a la Revolución de Mayo, versión de los hechos que se creó para “conducir a la clase media”, según Norberto Galasso, historiador argentino.
Un discurso que vuelve a ocultar el alineamiento con otros intereses, que no son los nacionales. Como aquel antiespañolismo ocultaba una preferencia de las oligarquías locales por el imperio británico, las crisis diplomáticas de Milei también evidencian ciertas preferencias. Milei coquetea hoy con los británicos permitiendo la explotación y la militarización del Atlántico Sur, admira públicamente a Margaret Thatcher y declara que las Islas Malvinas no son argentinas, solo para citar algunos ejemplos. Un claro alineamiento a un grupo de capitales que el presidente define como “Occidente”, intereses económicos disfrazados de ideología anticomunista.
Con estos ejes discursivos se lo volvió a escuchar en el estadio Luna Park, en la presentación de su libro titulado “Capitalismo, socialismo y la trampa neoclásica”. Y corriéndose de todos los códigos conocidos de la política, se lo escuchó cantar “Panic Show”: “Yo soy el Rey, el león”, como reza la canción de la banda de rock La Renga, que eligió para su despliegue performativo. Él, que se esgrime como “defensor de la libertad», lleva adelante un proyecto donde su comportamiento se corresponde más al de un monarca, que al de un presidente democráticamente electo. Las paradojas a resolver en este siglo XXI.
Quizás retomar las claves históricas de interpretación nos permite analizar el fondo de un tiempo de profundas transformaciones, donde los códigos y los lenguajes de la política tradicional y de los procesos democráticos encuentran limitaciones, tanto para interpretar, como para modificar la realidad que hoy sufren millones de trabajadores y trabajadoras en todo el mundo.
Mientras ofrece su show al mundo, catapultado por una estrategia mundial de las derechas – un ejemplo es la tapa de la revista Times, titulada “el radical”-, estallan los conflictos en su casa, como es el caso del levantamiento de los policías, trabajadores estatales, de la educación y la salud en la provincia de Misiones, exigiendo salarios dignos. Mientras tanto, la crueldad en fotos: miles de kilos de comida se pudren en los depósitos del Ministerio de Capital Humano, negada a los comedores comunitarios, mientras millones de personas sufren el hambre.
Quizás es momento de pensar por qué gana adeptos un discurso de destrucción del Estado y de los derechos conquistados a través de estos siglos, cuando las promesas de bienestar del sistema democrático como lo conocemos no llegan, destrozando las expectativas de las mayorías que han delegado su voluntad en quienes los representan, o dicen representar. Tal vez es tiempo de pensar las contradicciones y las disputas, no en clave de Estados, sino de pueblos oprimidos, atravesados por los mismos flagelos en sus vidas cotidianas.
*Psicóloga, Magíster en Seguridad de la Nación. Analista del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE) Argentina. Directora del Área de Universidad, Género y Trabajo del IEC-CONADU.